Un joven sin trabajo, sin expectativas de futuro y además agraviado por la autoridad de un Gobierno corrupto y represivo fue la mecha que alumbró la revuelta tunecina desde una ciudad de provincias. También desde la periferia, unos chavales que habían hecho unas pintadas contra el régimen han desencadenado la protesta en Siria. Que fuera el país más hermético de toda la zona no era obstáculo para que gozara de la consideración de ser uno de los más estables.

La vecindad de países que han sido escenario de violencia bélica y terrorista como Jordania, Irak, el Líbano, al que invadió, e Israel, al que se enfrentó en 1967 durante la guerra de los seis días, y en 1973, no afectaba a dicha estabilidad, lo cual deja entrever que en Damasco la mano dura estaba a la orden del día. En realidad lo ha estado desde 1963, cuando la junta que había dado un golpe militar decretó el estado de emergencia que hoy, casi 50 años después, sigue en vigor.

El presidente Hafez el Asad, que llegó al poder en 1970 y no lo abandonó hasta su muerte en el 2000, fue el único líder árabe que consiguió establecer una dinastía hereditaria al nombrar sucesor a su hijo, Bashar. De este joven que vivía en Londres, donde ejercía como dentista, podía esperarse algún tipo de apertura política. Sin embargo, no fue así.