La operación Odisea al amanecer entró ayer en su segundo día de bombardeos sostenidos contra posiciones del Ejército libio con los dirigentes de los países aliados proclamando el éxito de la primera jornada y con una incertidumbre cada vez mayor sobre el desenlace, en términos políticos, de esta intervención internacional en Libia.

Los restos aún humeantes de las decenas de tanques y blindados libios diseminados en la carretera entre Ajdabiya y Bengasi, en el este del país, y los cadáveres --un corresponsal de la agencia Reuters contó al menos 14-- que yacían junto a los vehículos, fueran de soldados libios o mercenarios extranjeros, daban cuenta de cómo el devastador ataque de EEUU, Gran Bretaña y Francia, había detenido de un plumazo el avance de las tropas de Muamar el Gadafi hacia Bengasi y aniquilado el objetivo del mandatario libio de reconquistar la capital de la insurgencia.

La sensación de urgencia con la que había comenzado el sábado la campaña militar aliada quedó ayer algo relajada. De hecho, se vieron grupos de rebeldes retornando triunfales en sus pick ups hacia Ajdabiya, ciudad de la que días atrás el grueso de la insurgencia se había visto obligado a retirarse, aunque quedaron focos de resistencia.

MAS ATAQUES A última hora del sábado, más de 120 misiles de crucero estadounidenses Tomahawk y británicos Stormshadow se abatieron sobre una veintena de objetivos libios, según explicó el Pentágono. Los ataques aéreos continuaron de forma más esporádica durante la noche del sábado y en la mañana de ayer. Tras las evaluaciones oportunas, el vicealmirante estadounidense Bill Gortney aseguró ayer que los bombardeos habían sido "muy efectivos", que las defensas antiaéreas libias habían quedado "fuertemente dañadas" y sus capacidades "muy reducidas" y que, en consecuencia, los aliados habían logrado ya imponer --como había anunciado horas antes el jefe del Estado Mayor Conjunto de EEUU, almirante Mike Mullen-- la zona de exclusión aérea tal como estaba prevista en la resolución 1973 del Consejo de Seguridad de la ONU.

Pese a todo, la artillería antiaérea libia, que ya había entrado en acción durante la noche del sábado, volvió a abrir fuego a última hora de ayer en Trípoli, donde se habían oído varias explosiones, una de ellas en el complejo del palacio de Gadafi. Un edificio administrativo resultó destruido por un misil.

Un oficial libio reconoció ayer que la base aérea de Al Watya, a unos 170 kilómetros al suroeste de Trípoli, había sido uno de los objetivos atacados por las fuerzas occidentales y que parte de las defensas antiaéreas habían quedado destruidas.

Gadafi reaccionó con un discurso enfurecido en la televisión estatal, en el que auguró "una guerra muy larga" para la que dijo estar "preparado" y prometió "armar a más de un millón de hombres y mujeres" para "defender a Libia y proteger su petróleo". Pese a la retórica, quizá como signo de desesperación, a media tarde el régimen libio dijo haber decretado un nuevo alto el fuego. Washington lo calificó de "farsa".

Como en todos las confrontaciones armadas, la guerra de la propaganda está también en marcha. Mientras los medios oficiales libios aseguran que los aliados atacaron "objetivos civiles", el vicealmirante Gortney afirmó: "No tenemos ningún indicio de que haya habido víctimas civiles". El ministro británico de Finanzas, George Osborne, aseguró que se estaban tomando "todas las precauciones" para evitar víctimas civiles.

QATAR Mientras, los efectivos de la coalición que entran en acción se van ampliando. A las fuerzas de EEUU, Gran Bretaña, Francia, Canadá e Italia se sumaron ayer cuatro cazas daneses que participaron también en los bombardeos. Y, por primera vez, un país árabe, Qatar, desplegó cuatro aviones, listos para entrar en acción. Las autoridades qatarís defendieron su participación en la ofensiva militar "para evitar un baño de sangre".

Resulta significativo que el anuncio de que los aviones qatarís estaban listos no llegó de Doha, sino de Washington y París. Occidente tiene gran interés en subrayar la participación árabe, no porque pueda aportar nada militarmente, sino porque da mayor legitimidad a la intervención y porque la decisión de intervenir se sustentó en gran medida en el aval político del mundo árabe.

Por eso ayer cayeron como un mazazo las incomprensibles declaraciones de repulsa del secretario general de la Liga Arabe, el egipcio Amr Musa. Resultan incomprensibles y de una gravedad extrema porque fue precisamente la Liga Arabe la que, por unanimidad, solicitó al Consejo de Seguridad de la ONU el esta-