"Vamos a ganar la guerra contra el nuevo nazismo. Armaré un millón de hombres y mujeres para afrontar esta cruzada contra el islam. Los líderes aliados caerán como Hitler y Mussolini". Fiel al tono delirante que ha venido presidiendo sus intervenciones, Muamar el Gadafi volvió a lanzar ayer, horas después de la primera oleada de ataques aéreos de la coalición, un discurso amenazante y apocalíptico. "Una larga guerra se prepara", proclamó el dictador tras la intervención de las fuerzas internacionales, que obligó a las tropas leales al régimen a retirarse de Bengasi, la segunda ciudad del país y bastión rebelde.

Durante el sábado, las tropas gubernamentales abrieron fuego contra las viviendas y los establecimientos de esta urbe. "Menos mal que los rebeldes evacuaron precipitadamente los edificios de la entrada de la ciudad porque fueron los primeros blancos de ataque; fíjate ahí", explicó Osama Haim, mostrando un cráter en un portal de una casa familiar en el barrio de Fuaihat. "Aquí no mataron a civiles, pero sí a revolucionarios", añadió.

Los ataques de los carros de combate del dictador contra Bengasi provocaron la huida en estampida de miles de familias hacia otras ciudades del este; algunas de ellas incluso llegaron a cruzar la frontera con Egipto. Todavía ayer, los ciudadanos bengasís llenaban los depósitos de gasolina de sus vehículos, los cargaban de ropa y víveres y enfilaban hacia un nuevo destino seguro, lejos de la ira del dictador.

DUROS COMBATES EN MISRATA La tensa calma que se vivió ayer en Bengasi tuvo su contrapunto en el oeste del país, concretamente en la población de Misrata, nominalmente bajo el control de los rebeldes. Los combates allí arreciaron con fuerza y los carros blindados del Ejército gubernamental alcanzaron el centro, a sabiendas de que los aviones de la coalición se abstendrían de atacarlos en zonas densamente pobladas para así evitar bajas civiles. Los barcos bloquean el puerto.

Gadafi está dispuesto a "morir matando", dice Osama, un joven que ha abrazado la causa revolucionaria y quien mostró a esta enviada especial las zonas afectadas por los disparos de las tropas de Gadafi. En cada calle de cada barrio, hay un grupo de revolucionarios, subidos en una camioneta con una matrícula en la que estaba escrita en árabe la palabra hurryia (que quiere decir libertad). Están en permanente estado de tensión, controlando en todo momento la escasa circulación de personas y coches para frenar e identificar a posibles grupos de infiltrados enviados por el dictador Gadafi.

Las pocas familias que optaron por quedarse se refugiaron en sus hogares. Un inquietante silencio, roto de forma intermitente por el repiquetear de los fusiles de asalto insurgentes, reinaba en Bengasi. "Ese asesino volverá a por nosotros, pero nuestros hombres están preparados para defendernos", asintió Farja, de 23 años y estudiante de económicas en la universidad de Garyounis. Su vivienda se encuentra entre las atacadas.

A los rebeldes, que siguen armándose y organizando nuevas barricadas, es posible encontrarlos hasta en los tejados de las viviendas. Hacen turnos día y noche en las áreas más sensibles, y lo hacen más fortalecidos que nunca. La intervención internacional ha insuflado ánimos y ha levantado la moral entre las tropas insurgentes, que en todo momento tienen en mente a los "más de 3.000 mártires" que ha provocado esta revolución desde su inicio, según fuentes hospitalarias. Otras 94 personas han muerto en las últimas horas.

RAPIDA MIRADA Basta con echar una rápida mirada a la plaza de Al Mahkama de Bengasi --en donde se erigieron las primeras banderas de la independencia durante la insurrección de febrero-- para que uno se de cuenta de que el avance de las tropas de Gadafi logró en pocas horas convertir el bastión de la resistencia en presa del pánico. Estaba desierta y vacía, sin las mantas bajo las que los libios acostumbraban taparse en las noches húmedas de Bengasi.

La jaima reservada para las manifestaciones de las mujeres del último mes había sido desmantelada. Y el tribunal, la sede del Consejo Nacional de Libia (el Gobierno provisional donde siempre se ha respirado un ambiente de festividad, y desde donde los jóvenes de la revolución, gracias a sus ordenadores, movilizaban al pueblo para que la causa no decayera) ha pasado a estar controlado solo por milicianos revolucionarios.

Los mandos militares gubernamentales intentaron que uno de sus misiles lo destruyera de un solo golpe, pero vencieron los insurgentes, que lograron conservar el edificio.