No corren buenos tiempos para las revueltas prodemocráticas árabes. En Libia y Yemen los rebeldes se baten en retirada. En Bahréin, las fuerzas de seguridad, apoyadas por tanques y helicópteros, desalojaron ayer a las bravas la plaza de la Perla, en la capital, Manama, donde durante varias semanas habían acampado los opositores al régimen para pedir una monarquía constitucional. Al menos tres manifestantes murieron abatidos a tiros, así como tres policías. Las autoridades de la isla han prohibido las protestas e impuesto el toque de queda desde las cuatro de la tarde.

Es pronto para dar la revuelta por muerta, pero es evidente que el monarca suní Hamad bin Isa al Jalifa, cuya familia gobierna con maneras absolutistas una población mayoritariamente chií, ha decidido cortarlas por lo sano. El martes declaró el estado de excepción y lanzó al Ejército contra varias localidades chiís, un día después de que un millar de soldados saudíes entraran invitados en el reino para ayudar a sofocar la revuelta. Para la oposición, ambas decisiones responden a un objetivo: el intento de dar un cariz sectario a un conflicto que consideran político, aunque han sido los chiís, discriminados por el régimen, quienes han liderado las protestas.

CRITICA EEUU criticó ayer por primera vez el envío de las tropas saudíes y de los Emiratos Arabes Unidos. La secretaria de Estado, Hillary Clinton, afirmó que los estados del golfo Pérsico "están en el camino equivocado", calificó lo ocurrido de "alarmante" y afirmó que no puede haber una "una respuesta basada en la seguridad para las demandas y las aspiraciones de los manifestantes".

Para desalojar la simbólica plaza de la Perla, las fuerzas oficiales emplearon gas lacrimógeno, perdigones de goma y fuego real, hiriendo a docenas de personas. De nada sirvieron las rudimentarias barricadas colocadas en el perímetro por los cientos de manifestantes acampados. Algunas tiendas ardieron, dejando un panorama desolador. Los militares tomaron además varios puntos de la capital, impidiendo la manifestación convocada para condenar el desalojo, y rodearon el hospital público de Salmaniya, donde fueron trasladados muchos de los heridos. Los soldados abrieron fuego dentro del hospital, según informó la BBC.

BRUTALIDAD La brutalidad de la represión llevó a algunos diputados chiís a calificar la ofensiva como una declaración de guerra contra su comunidad. "Esta es una guerra de aniquilación", dijo el parlamentario Abdel Jalil Jalil, mientras la onda expansiva reververaba en una región fracturada por las suspicacias entre las dos grandes ramas del islam. El Gobierno iraquí condenó el ataque a los manifestantes y la intervención saudí que, según dijo, solo contribuirá a "inflamar la tensión sectaria en la región". Miles de chiís se manifestaron en Irak, el Líbano e Irán. En Teherán, el presidente Ahmadineyad calificó la represión de "injustificable" y ordenó el regreso de su embajador.