El ministro de Defensa israelí, Ehud Barak, es un superviviente capaz de vender su alma al diablo para seguir en el poder, pero también un político audaz como pocos. Frente a un país perplejo por las declaraciones de la víspera del primer ministro, Binyamin Netanyahu, ante la comisión que investiga el asalto a la flotilla de Gaza, en las que básicamente se lavó las manos por todo lo ocurrido, Barak aprovechó ayer para reivindicarse. "Acepto toda la responsabilidad" política y militar, dijo ante el comité. Esas palabras tienen un efecto inmediato: Barak, el estadista; Netanyahu, el subalterno que pasaba por ahí.

Las comisiones de investigación suelen ser imprevisibles. A Golda Meir y Ariel Sharon les costaron en su día el cargo. Pero de esta comisión Turkel no se esperan grandes estragos, entre otras cosas porque en Israel pocos han cuestionado el grado de violencia empleado por los soldados o que el letal asalto se produjera fuera de sus aguas territoriales. De ahí que pocos entiendan la espantada de Netanyahu, por más que aquel 31 de mayo se encontrara de visita en Canadá. "Dejé órdenes explícitas de que el responsable respecto a la flotilla, en todos los aspectos, era Barak", declaró.

Molesto por el aparente dedo acusador, el titular de Defensa aprovechó ayer para ponerle en entredicho. En su testimonio aseguró que cinco días antes del abordaje, saldado con la muerte de nueve activistas turcos, presentó ante el Gabinete de seguridad un informe sobre los planes militares para detener a la flotilla. Incluía "escenarios extremos", según aclaró.

Estos datos cuestionan la versión de su socio de coalición y rival político. Netanyahu dijo que las discusiones del Gabinete apenas mencionaron de pasada una posible confrontación violenta, centrándose en las repercusiones potenciales de la operación en términos de imagen.