La seguridad de Estados Unidos depende de mucho más que de las dos guerras que Washington mantiene abiertas o de la lucha contra el extremismo violento. En la ecuación deben entrar desde consideraciones económicas hasta aspectos como la educación, la ciencia y el cambio cli- mático. Esa línea filosófica, seguida y traducida en hechos por Barack Obama desde su llegada a la Casa Blanca, se ha plasmado ahora en la Estrategia de Seguridad Nacional, un documento hecho público ayer en que se pone de manifiesto la ruptura con apuestas de George Bush como la doctrina de ataques preventivos o la denominada "guerra contra el terror".

No es que Obama abandone la idea de mantener el liderazgo mundial de EEUU y su supremacía militar, o que descarte la posibilidad de utilizar la fuerza ante estados o actores que amenacen su seguridad o la de sus aliados. Es más, el documento mantiene en esos aspectos una política continuista respecto a la Administración anterior, lo que seguro granjeará al presidente renovadas críticas desde los sectores más progresistas de su partido y la sociedad.

Aun así, el texto marca divergencias abrumadoras, especialmente al reiterar la apuesta de Obama por el multilateralismo, la cooperación internacional y el diálogo como herramientas prioritarias, dejando las acciones militares como último recurso "siempre que sea posible".

TERRORISMO INTERNO Establece también diferencias al ratificar de nuevo el compromiso con los derechos humanos y el rechazo a la tortura, al renovar (sin calendario) la promesa de cerrar la prisión de Guantánamo y apostar decididamente por el trabajo con instituciones internacionales como Naciones Unidas, que Bush denostó.

Además de señalar aspectos nunca antes incluidos en las consideraciones de seguridad como el creciente riesgo del terrorismo interno, es en el abandono oficial de términos como la "guerra contra el terror" donde el texto subraya la estrategia diferenciada de la Administración del demócrata. Y es un paso algo más que simbólico que se da conscientemente, como demuestra el texto, redactado por Ben Rhodes, uno de los asesores de seguridad de Obama.

"Esta no es una guerra global contra una táctica --el terrorismo-- o una religión --el islam--", se lee en la página 20 del documento. "Estamos en guerra con una red concreta, Al Qaeda, y los socios terroristas que apoyan empeños para atacar a EEUU, nuestros aliados y socios".

SIN SORPRESAS Justo antes, el texto asegura que "tanto las guerras como los esfuerzos globales antiterroristas son solo elementos del conjunto estratégico y no pueden definir la relación de EEUU con el mundo".

Cualquiera que haya seguido los discursos de Obama o estudiado sus decisiones, actuaciones y prioridades no encontrará sorpresas en el texto, donde se reconoce el imperativo de EEUU de permitir un mayor papel a países como China, India, Brasil y Rusia, actores políticos y económicos ya imprescindibles; o se apuesta por el diálogo y la cooperación con países árabes cuando se aborda el conflicto entre palestinos e israelíes.

Tampoco sorprende que el presidente que ha vuelto a poner la lucha contra la proliferación nuclear en lo más alto de la agenda internacional señale como una amenaza para EEUU las armas atómicas, así como a los regímenes de Irán y Corea del Norte y a la posibilidad de que material nuclear caiga en manos de terroristas.

"Vivimos en un tiempo de profundos cambios", un momento en que "la globalización ha intensificado los peligros", ha escrito el propio Obama en el prefacio de la Estrategia.