Richard Nixon se encontró en 1972 una China traumatizada por la revolución cultural, con la mayor hambruna de la historia moderna aún fresca, la supervivencia física como principal preocupación ciudadana, el presidente Mao lamentándose de no poder enviar "ni una patata" al espacio, y que solo superaba a Estados Unidos en demografía y en el pimpón que había engrasado la diplomacia. Barack Obama pisó anoche Shanghái, su primer contacto con el país con más internautas y teléfonos móviles, el mayor fabricante de coches eléctricos del mundo y con perspectivas de pisar la Luna antes de que EEUU regrese.

El cambio de poder recuerda al de principios del siglo pasado, con China en el papel de EEUU y este en el de Inglaterra. El proceso es meteórico, considerando de donde partía el gigante asiático, y más por méritos chinos que deméritos estadounidenses.

CRECIMIENTO DESIGUAL Desde la visita de Nixon, con la que empezó el deshielo, han transcurrido 37 años. En tres décadas más, China ocupará la cúspide económica mundial, vaticinaban los analistas antes de que la crisis global acelerara el ritmo. La economía estadounidense creció un 3,5 % el último trimestre, por un 8,9 % la china. China es hoy el mayor comprador de deuda de EEUU. El yuan devaluado y la piratería golpean la economía estadounidense, que carece del poder intimidador del proteccionismo: si Washington grava en octubre las exportaciones de neumáticos chinos, Pekín cierra la puerta a los pollos estadounidenses; si Washington castiga en noviembre los tubos de acero chinos, Pekín se fija en los coches estadounidenses.

Tampoco en materia de derechos humanos permite Pekín que Washington le tosa, lo que ha originado una práctica curiosa: al informe anual de Washington sobre las violaciones de derechos humanos en el mundo y que suele reservar un capítulo a China, Pekín responde con el suyo, con menciones a Guantánamo e invasiones ilegales.

La geopolítica le era extraña a Pekín en 1972, vocacionalmente aislada y con el asiento chino en la ONU ocupado por Taiwán. Hoy es un miembro de su Consejo de Seguridad, con derecho de veto e involucrada en los conflictos internacionales. Su influencia le da la llave de Corea del Norte y Birmania. En tiempos de George Bush ejercía un sano contrapeso a la beligerancia estadounidense. Cultiva el multilateralismo, normalmente alineada con Rusia, las potencias emergentes y el bloque africano.

DE AMENAZA A OPORTUNIDAD Muchos estadounidenses piensan que el auge chino lleva aparejado una merma de su calidad de vida. China fue vista durante mucho tiempo más una amenaza que una oportunidad. Por convencimiento o necesidad, la declaración de intenciones de Obama ha sido modélica a su llegada a Asia. El despertar chino, resumió, es una gran noticia.

El calentamiento global, la crisis económica o cualquier otro problema exigen tanto de Estados Unidos como de China. De hecho, ha empezado a circular el término G-2, que ambos rechazan. Pero lo cierto es que la suerte de este siglo dependerá de las relaciones entre Pekín y Washington. Y, como recuerda algún experto, Obama es el primer presidente estadounidense que llega a China sin nada que ofrecer a cambio.