Llegan a Pekín en busca de auxilio y acaban golpeados en centros ilegales. Las cárceles negras son una de las tradicionales lacras de China, tozudamente negadas por Pekín. Human Rights Watch (HRW), organización de derechos humanos independiente, las disecciona en un informe de 52 páginas con entrevistas a periodistas, abogados y víctimas.

El informe denuncia que las cárceles negras se camuflan en restaurantes, hoteles, escuelas u hospitales psiquiátricos. Las víctimas son abducidas en las calles, privadas de sus posesiones, encerradas sin cargos y golpeadas durante semanas. La policía suele desoír sus posteriores denuncias. Unos 10.000 chinos pasan anualmente por ellas.

HRW demuestra, además, con documentos inéditos que detrás están los gobiernos locales. Así, se establecen sanciones a los funcionarios locales "que fallen en el control a los peticionarios de su área geográfica que acudan a Pekín". También se prevén premios por las capturas. Los matones reciben entre 150 y 200 yuanes (15 y 20 euros) diarios.

Las cárceles negras se nutren principalmente de peticionarios, una figura centenaria: antes buscaban la ayuda imperial frente a los abusos de los mandarines; hoy buscan la del Gobierno central frente a los de las provincias.

RECLAMACIONES INUTILES Sus reclamaciones radiografían los problemas de China: robos de tierras, corrupción rampante, abusos legales y policiales. Suelen deambular por las oficinas de quejas, templos de burocracia inútil. Llegan en masa en la semana de la Asamblea Nacional Popular, pensando que la concentración de políticos dispara las posibilidades de contacto.

La policía vigila a menudo las estaciones de trenes para impedirles viajar a Pekín. Las cárceles negras son el último recurso de la cadena mafiosa, reservada a los más testarudos. Surgieron en el 2003 tras la desaparición de los centros de detención para los campesinos llegados a la capital sin permiso de residencia. El vacío policial fue cubierto por facinerosos a sueldo. Aunque gestionadas por los gobiernos locales, las cárceles no existirían sin la pasividad de Pekín, que agradece su control de los proble- máticos peticionarios.

"Las cárceles negras en el corazón de Pekín son una burla a la retórica oficial de mejorar los derechos humanos", juzga Sophie Richardson, de HRW.

La denuncia llega en vísperas de la visita del presidente de EEUU, Barack Obama, al que oenegés de derechos humanos marcarán de cerca. El contexto no predispone a críticas más allá de la palabrería al uso.