De los varios callejones de incierta salida que tiene delante la acción internacional en Afganistán, el que supone la presidencia de Hamid Karzai es el más irritante de todos. Porque fueron los occidentales quienes lo auparon al cargo y ahora son incapaces de apartarle del mismo.

Karzai es un aristócrata de la etnia pastún que lleva en la política desde joven y que siempre ha ambicionado el poder. Ahora que lo tiene, nada indica que vaya a soltarlo. Desde que en el 2004 fue colocado en la presidencia por George Bush, se ha afianzado corrompiendo o eliminando adversarios y pactando con los señores de la guerra y con los jefes del negocio del opio.

Barack Obama quería que fuera otro el presidente que saliera de las elecciones que se celebraron en agosto. Porque Karzai estaba demasiado asociado a la estrategia de Bush y porque con un tipo así al mando resultaba imposible pensar en un futuro en el que los afganos pudieran llegar a gobernarse a sí mismos. La jugada le salió mal. Karzai se presentó y encima dio un pucherazo descomunal para salir elegido en la primera vuelta.

Dos meses después se sigue proclamando vencedor y rechaza las denuncias de fraude que ha hecho la ONU. A regañadientes, ha aceptado que el 7 de noviembre se celebre una segunda vuelta. Pero los que conocen la política afgana dicen que volverá a meter las manos en las urnas. Y será difícil impedirlo.