Unos 4.500 agentes, entre ellos 2.000 policías militares, rodearon ayer tres favelas del norte de Río de Janeiro para buscar a los cabecillas de las bandas de narcotraficantes que se enfrentaron en la madrugada del sábado por el control territorial, cuya guerra dejó 12 civiles y dos policías muertos al ser derribado su helicóptero. Al menos otras dos personas murieron en las operaciones de ayer. Los hechos tienen lugar dos semanas después de que la ciudad fuera designada como sede de los Juegos Olímpicos del 2016. Pero el triunfo político de Brasil no puede ocultar la realidad que azota a Río.

Las autoridades cariocas ya advirtieron de que estos hechos de violencia extrema en los barrios pobres pueden repetirse. "No tenemos una receta mágica. Es un trabajo a medio y largo plazo. El Comité Olímpico Internacional lo sabe", dijo el gobernador del Estado, Sergio Cabral.

"No podemos descartar nuevas disputas entre bandas criminales por el manejo de la venta de drogas", dijo el secretario de Seguridad Pública, José Mariano Beltrame. Según dijo, la policía militar intercepta el 80% de las acciones de esta naturaleza, pero hay un margen impredecible.

ALTO PODER DE FUEGO Es lo que ocurrió con el intento de los narcos del Morro de Sao Joao de desplazar a sus rivales del Morro dos Macacos. El helicóptero abatido vuelve a poner de relieve el alto poder de fuego de esos grupos. La aeronave apoyaba a los policías que trataron de detener la invasión cuando recibió el impacto de proyectiles disparados desde la favela. Dos de sus ocupantes fallecieron carbonizados. Los otros cuatro fueron retirados con vida antes de explotar.