Todo está dispuesto en Washington para la gran guerra ideológica que marcará la presidencia de Barack Obama. Después de que el presidente hiciera públicos esta semana sus presupuestos --que incluyen aumentar los impuestos a las rentas más altas-- ha quedado claro que las ambiciones del dirigente son muy grandes: rehacer el campo de juego político y económico estadounidense, en el que desde los 80 se juega con las reglas marcadas por el expresidente Ronald Reagan y sus seguidores. Para ello, seducir a la clase media es el objetivo.

"Mediremos el éxito o el fracaso de esta Administración no solo por si la economía se recupera, sino por si la clase media al final crece", dijo el vicepresidente, Joe Biden, al inicio de la primera reunión del denominado Grupo de Trabajo por la Clase Media, que él preside. "En las elecciones buscábamos un Gobierno que sirva no solo a los intereses de los lobis o los ricos, sino a los de los estadounidenses de clase media", dijo ayer Obama en su discurso de los sábados.

DIFICIL DEFINICION Objeto de deseo por igual de demócratas y republicanos, la clase media es difícil de definir. En el 2007, el Congreso pidió a un equipo de académicos que lo hiciera. La conclusión fue que es un concepto "subjetivo", que abarca a gente que gana entre 30.000 y 155.000 euros al año. De lo que no hay duda es de cuál ha sido la tendencia en EEUU. Tras el conflicto y hasta los años 80, la clase media creció y la diferencia de ingresos con el sector más pudiente se redujo. Sin embargo, desde entonces las diferencias de renta no han hecho más que aumentar (el boom de la bolsa tiene mucho que ver con ello), hasta el punto de que se calcula que hoy el 1% de la población se lleva el 20% de los ingresos.

Buena parte de culpa la tienen las reglas del juego instauradas por la revolución Reagan y que han seguido en vigor hasta la llegada de Obama, Bill Clinton incluido: disminución del peso del Estado en la economía, políticas fiscales generosas con las rentas altas con el argumento de que así se crea riqueza, erosión de los programas de cobertura social. Políticamente, los conservadores lograron construir un concepto político en el que el partido republicano sabía conectar con el "americano medio", mientras que al demócrata se le acusaba al mismo tiempo de dos cosas: de ser el partido que pretende ayudar a los pobres y las minorías con el dinero de los contribuyentes y, a la vez, de ser la formación de las élites culturales. Así las cosas, los temas de valores o el derecho a portar armas contribuían a robustecer a los conservadores. El resultado: desde 1980, tres presidentes republicanos por uno demócrata, y largas temporadas de mayoría de derechas en el Congreso.

Obama, ayudado por la crisis económica --"no hay que desaprovechar una buena crisis", dijo su jefe de gabinete, Rahm Emanuel-- cambia las reglas del juego. Y ahora es un presidente demócrata el que abandera la causa de la clase media frente a una derecha que aparece como defensora de los intereses de los ricos y de las grandes empresas.

Con esta base, Obama impulsa en plena crisis la agenda más ambiciosa desde Lyndon B. Johnson. Una agenda que pretende crear un sistema sanitario universal, cambiar el modelo energético y redistribuir la riqueza, sustituir la revolución Reagan por la revolución Obama (sus planes educativos, energéticos y sanitarios son a 10 años vista). De ahí la oposición de principios que organiza el movimiento conservador. La guerra ideo- lógica en EEUU ya ha empezado.