"La vida de los palestinos tiene tres días: el día de Al Fatá, el día de Hamás y el día del Juicio Final". Con este chiste algunos describen las dificultades de la vida cotidiana bajo el Gobierno islamista. El ciudadano tiene miedo a hablar y se queja de que Hamás solo ayuda a los suyos. Pero peor lo están pasando sus opositores políticos, confinados bajo arresto domiciliario desde el comienzo de la ofensiva israelí y aterrorizados por las ejecuciones y tiros en las piernas con los que los islamistas han castigado a disidentes y colaboracionistas con Israel.

Solo en Al Bureig y Al Mughazi, ciudades del centro de Gaza, más de 200 militantes de Al Fatá pasaron la guerra encerrados en casa. "Cuando Israel lanzó la invasión dos agentes de Hamás me pararon en la calle y me dijeron que si salía de mi casa antes de nueva orden me pegarían dos tiros en las piernas", cuenta Issa, militante de Al Fatá que sirvió en la guardia presidencial del presidente palestino, Mahmud Abbás, hasta que los islamistas desmantelaron sus fuerzas en junio del 2007. Issa es un hombre corpulento, pero les hizo caso.

TIRO DE GRACIA Poco antes había aparecido en un contenedor de basura de Al Bureig el cuerpo de Talal Al Mugraib, otro militante de su partido, con un tiro en la cabeza. "Tenemos miedo porque nos vigilan constantemente y no dudan en disparar. Ves a su gente merodeando frente a nuestras casas o siguiéndonos por la calle. A veces son chavales", afirma Issa. Ese miedo ha llevado a muchos oficiales de Al Fatá a pasar la guerra escondidos para no ser arrestados.

Durante las 22 terribles jornadas de la guerra, al menos 35 miembros del partido nacionalista laico que controla Cisjordania han recibido disparos en las piernas y otros cinco han muerto por un tiro de gracia. Son datos de Al Fatá y no incluyen las ejecuciones de "colaboracionistas" sin vínculos con el partido. Una organización de derechos humanos cifra el total de muertos en cerca de 40. El Gobierno de Hamás ha reconocido que ordenó "a la seguridad interna seguir y golpear con fuerza a los colaboracionistas", y que "docenas" fueron arrestados por aportar información a Israel acerca de sus combatientes. Incluso ha admitido las ejecuciones. "Es posible que algunos hayan sido asesinados porque estaban actuando contra la población y la resistencia", dijo el miércoles su portavoz, Fauzi Barhum.

PRESOS POLITICOS Sea verdad o mentira, algo difícil de comprobar teniendo en cuenta la sucia guerra por el poder que libran Al Fatá y Hamás, los islamistas han restringido sin miramientos las libertades civiles y políticas en Gaza. Tanto las manifestaciones como cualquier coloquio que se celebre en un hotel o en una sede social las tiene que autorizar primero el Ministerio del Interior. En las cárceles hay docenas de presos políticos y las redes sociales de Al Fatá han sido clausuradas. El problema es que ocurre casi lo mismo en Cisjordania. Ahora, además, Hamás trata de monopolizar las ayudas a los damnificados por la destrucción y las muertes causadas por el Ejército de Israel.

Sus rivales le acusan de prohibirles que se involucren en la misión y mucha gente en la calle se queja de que las ayudas solo están llegando a los afiliados y simpatizantes de Hamás. En Rafá, por ejemplo, cinco días después del final del asalto, algunas familias simpatizantes de los islamistas habían cobrado ya 1.500 dólares (unos 1.150 euros). En cambio, sus vecinos de Al Fatá seguían esperando. "Hamás solo ayuda a los suyos. Es así desde que tomó el poder. Nadie del Gobierno ha venido a ver qué necesitamos", decía Um Wisam frente a las ruinas de su casa. Son protestas que se oyen en otros lugares de Gaza, pero la gente tiene miedo de expresarlas demasiado alto.