El sueño y la esperanza son dos calmantes que la naturaleza concede al ser humano. Quienes piensan en Barack Obama como un héroe de nuevo cuño para el desmantelamiento de lo caduco pueden llevarse una decepción. El apóstol negro del cambio no lo tiene muy fácil para llevar adelante sus promesas, entre otras cosas porque está condicionado por la situación económica. Si tan difícil es gobernar en el siglo XXI se debe a que la política ha dado un salto gigantesco de consecuencias todavía sin calcular, pero perfiladas por la capacidad erosiva de la televisión y la simultaneidad de la vida global del planeta.

Hoy, Obama se verá arropado por más de dos millones de personas a orillas del Potomac, y muchos cientos de millones estarán pegados a la pantalla. No debe resultar cómodo cargar con las esperanzas del planeta, pero juegan a favor del nuevo presidente su juventud e inteligencia, sus orígenes repartidos entre Kansas y Kenia, que reconcilian en su propia persona una de las más odiosas divisiones del mundo. Con su apertura, al ofrecer el más preciado cargo del Gobierno a su rival, Hillary Clinton, y no sucumbir al amiguismo, demuestra fibra y personalidad. Los cuatro, u ocho, próximos años pueden reportar decepciones, una renovación triunfal o un término medio. Obama no tiene experiencia, pero es un hombre respetado por su inteligencia, honestidad y determinación. Y ese es un prometedor comienzo.