Una semana después de haber sufrido un infarto, y cuando sus médicos anunciaban su mejoría, el dictador chileno Augusto Pinochet Ugarte murió ayer por una "inesperada descompensación". Tenía 91 años y muchas cuentas pendientes ante la justicia. Cuando el corazón dejó de latir, el país volvió a exhibir sus heridas. Los familiares de las víctimas de la despiadada represión celebraron el deceso. Y los defensores del régimen militar soltaron una lágrima de despedida. Dos sentimientos. Dos países en un mismo territorio.

Eran casi las dos de la tarde cuando unos soldados llegaron hasta el mástil del Hospital Militar, en el barrio de Providencia, y colocaron su bandera a media asta. La señal era inequívoca: Pinochet había fallecido, rodeado de sus familiares. Será sepultado mañana y sin funeral de Estado.

El jefe del Ejército, Oscar Izurieta, fue el primero en recibir la noticia y de inmediato llamó a la presidenta, Michelle Bachelet. Hubo un instante de perplejidad. Bachelet, que estaba en su casa, muy cerca del Hospital Militar, convocó a sus principales colaboradores. Y mientras deliberaban, las calles de Santiago comenzaron a poblarse de sensaciones encontradas.

FESTEJOS POPULARES Solo dos kilómetros de distancia separaban a los detractores de Pinochet de sus simpatizantes. En la Plaza Italia, donde nace el barrio de Providencia, unas 4.000 personas lo festejaron con banderas. La gente llegaba y se abrazaba. Unos quemaron la efigie del dictador. Otros bailaron.

Una columna se desprendió y, bajando por la Alameda, llegó hasta el palacio presidencial. Y frente a la estatua de Salvador Allende --el presidente que se suicidó el 11 de septiembre de 1973 en pleno asedio militar de La Moneda--, le sacaron el corcho a una botella de champagne. La espuma golpeó contra el monumento. Otra vez las risas. "Y se acabó, se acabó", cantaron.

"Gracias Pinochet", decían en cambio los carteles y las banderas de los manifestantes que roderon el hospital. Eran más de 3.000, según la TV. Las maldiciones de los pinochetistas se repartían entre la prensa, el Gobierno de la Concertación Democrática, los organismos de derechos humanos y, a modo genérico, "los comunistas". El temor a que "los dos Chiles" chocaran en las calles sobrevoló la ciudad. El subsecretario de Interior, Felipe Harboe, decidió reforzar la presencia de la policía militar. "Hacemos una llamada a los detractores y partidarios a menifestarse en paz", exhortó.

SERENIDAD Y CORDURA La Iglesia católica, tenaz adversaria de la dictadura, llamó a la población a mantener la "serenidad" y la "cordura". Para el presidente de la Conferencia Episcopal, Alejandro Goic, Chile necesita enfrentar este momento "con profunda serenidad", aventando el peligro de vivir "en el pasado".

Pero era la fuerza de ese pasado aún no resuelto del todo el que empujaba a manifestarse y a continuar la discusión sobre los efectos de un régimen que duró 17 años. En cambio, en los barrios más pudientes se recordó al general que "sentó las bases del Chile moderno".

"Cerca del final de mis días, quiero manifestar que no guardo rencor a nadie, que amo a mi patria por encima de todo. Todas las vejaciones, persecuciones e injusticias que me afectan a mí y a mi familia las ofrezco gustoso en aras de la armonía y la paz que debe reinar entre los chilenos", dijo Pinochet el pasado 25 de noviembre, a través de una carta. Fue su última efemérides.

LA DERECHA LO RECUPERA La derecha, que lo había dejado solo después de que se le procesara por sus millonarias cuentas secretas, intentaba recuperar su figura y buscaba convertir la ceremonia fúnebre prevista para el martes en un acto opositor al Gobierno de la Concertación y a la presidenta Michelle Bachelet.

Cuando el 3 de diciembre lo llevaron de urgencia al Hospital Militar, los organismos defensores de los derechos humanos creyeron que era un nuevo ardid para eludir el arresto domiciliario por los asesinatos de dos opositores escudándose en su frágil estado de salud.