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El Realejo se convierte en el corazón del barrio de San Andrés cada mañana. La vida fluye entorno a las panaderías, el supermercado, las farmacias, el quiosco de prensa y tabaco y la oficina bancaria. Los autobuses y los vehículos de reparto surcan la calle diligentes hacia sus destinos mientras algún residente se sienta, ante un tímido sol, en su balcón para leer. Las colas en la calle, guardando las distancias, es el momento que los vecinos aprovechan para ponerse al día sobre sus vidas confinadas. El resto del barrio, al recorrer sus calles desiertas, trasmite tristeza y desolación mientras el agua de la fuente, en la soledad de la plaza, nos transporta a tiempos de reciente pasado con su continua letanía.
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El Realejo se convierte en el corazón del barrio de San Andrés cada mañana. La vida fluye entorno a las panaderías, el supermercado, las farmacias, el quiosco de prensa y tabaco y la oficina bancaria. Los autobuses y los vehículos de reparto surcan la calle diligentes hacia sus destinos mientras algún residente se sienta, ante un tímido sol, en su balcón para leer. Las colas en la calle, guardando las distancias, es el momento que los vecinos aprovechan para ponerse al día sobre sus vidas confinadas. El resto del barrio, al recorrer sus calles desiertas, trasmite tristeza y desolación mientras el agua de la fuente, en la soledad de la plaza, nos transporta a tiempos de reciente pasado con su continua letanía.
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