Al este de Rute, cerca del límite con el término de municipal de Priego de Córdoba, se alzan dos cerros de perfil redondeado y de no mucha altura, que reciben similar denominación, aunque los diferencia el adjetivo que reciben por su desigual tamaño. Me refiero a los cerros de Morrón Grande y Morrón Chico. Posiblemente, quien bautizase con este nombre a los dos cerros mencionados le recordara su perfil al típico casco asociado popularmente a los tercios españoles del Siglo de Oro y a los conquistadores de América. En todo caso, no lejos de aquí, en la Tiñosa se localiza la denominada cueva del Morrión, que se abre bajo un mameloncillo que puede recordar vagamente a la forma de dicho casco.

Vamos a centrarnos en el cerro de mayor tamaño, Morrón Grande, cuya cota más elevada tiene 802 metros de altitud. Presenta un perfil amesetado y su contorno es ovalado. A diferencia de Morrón Chico, ha quedado incluido dentro del Parque Natural de las Sierras Subbéticas, cuyo límite lo marca el trazado de la carretera CO-8213. Morrón Grande constituye una auténtica isla de vegetación natural en un entorno invadido casi completamente por lo olivares. Las laderas meridionales, más suaves, se cubren de un espeso matorral donde predomina el lentisco, del que encontramos grandes ejemplares, acompañado de retamas, matagallos, jaras blancas, romeros y aulagas, así como algún chaparro y acebuches de pequeño porte. Similar vegetación encontramos en las allanadas partes altas; por el contrario, la vegetación es mucho más exuberante en las laderas que dan al norte, con buenos ejemplares de encinas y quejigos, enebros, aladiernos, coscojas, agracejos y madreselvas. Esta ladera septentrional es mucho más abrupta y los estratos horizontales han propiciado la aparición de una cornisa rocosa que se extiende por toda esta falda y que recibe el significativo nombre de Los Paredoncillos.

En este aplanado cerro sólo viven jabalíes, zorros y garduñas, entre otros pequeños depredadores, y es visitado esporádicamente por cazadores que buscar abatir algún conejo, perdiz roja, o zorzal, sobre todo cuanto éstos últimos aprovechan alguna pequeña vaguada para atravesar de un lado a otro este promontorio montañoso. Pero no siempre ha estado igual de despoblado. En una pequeña plataforma que se encuentra en el borde superior sureste de la sierra se ha identificado un asentamiento de época romana, donde, entre algunas afloramientos rocosos, aparecen numerosos fragmentos de tegula, imbrex y de cerámica común.

En cualquier caso, el verdadero interés arqueológico, además del espeleológico, se encuentra en las cavidades que se sitúan en su ladera norte, como la Cueva Negra y la Cueva Roja o del Becerro.

La primera se encuentra en la parte superior de la ladera, muy cerca de la meseta que conforma la cumbre de este cerro; su boca, de grandes dimensiones, se abre en un farallón rocoso. El recorrido de la cavidad es básicamente una gran rampa que finaliza en una amplia sala; el desarrollo total es de unos 140 metros, mientras que su desnivel apenas supera los 30 metros. En la sala del fondo han aparecido superficialmente fragmentos de cerámica a mano, con diferentes técnicas decorativas y algunas piezas de sílex tallado; se trata de un conjunto muy homogéneo que se sitúa cronológicamente en el neolítico. En la plataforma existente delante de la boca de la cavidad también aparecen algunos fragmentos de cerámica a torno, probablemente de época medieval andalusí, y otros de terra sigillata, evidenciando su ocupación también en época romana. A escasa distancia de la anterior de encuentra La Cueva Roja o del Becerro, que también tiene una amplia entrada de tendencia circular que da acceso a un amplio vestíbulo cuyo suelo está cubierto de bloques y guano; en la parte más profunda se abre una sima de 13 metros de profundidad que conduce a una galería más estrecha en la que aparecen numerosos fragmentos de cerámica a mano, algunos decorados, evidenciando su ocupación durante la prehistoria reciente.