El romántico nombre de Jardín del Moro corresponde a un crestón rocoso fortificado que se localiza en las estribaciones del macizo de la Horconera, y más concretamente en un espolón formado por la prolongación del pico Bermejo hacia el sur. Todavía hoy se pueden apreciar los restos de una muralla y un aljibe, coronando este último la cota máxima del emplazamiento. La muralla consta de unos 25 metros de longitud y una altura de caja de unos 65 centímetros. En realidad, habría que hablar de dos murallas, ya que, aunque forman un solo cuerpo arquitectónico, pertenecen a dos momentos constructivos diferentes, donde la más reciente no hace sino fortalecer a la de construcción más antigua, aumentando el grosor y solidez de la misma. En opinión del arqueólogo Rafael Carmona, esta segunda muralla más reciente puede ser de la época en que el castillo pasó a manos de la Orden de Calatrava, es decir, desde 1.281, pero, como indica este autor, por el momento no se puede asegurar a ciencia cierta, ya que este modo de construir también se da en época nazarí.

El aljibe, parcialmente excavado en la roca y con fábrica de mampuestos, tiene una planta de unos 7,30 por 2,30 metros, está revocado con mortero de cal pintado a la almagra y presenta restos de la bóveda de medio cañón original. Una plataforma permitía acceder hasta el depósito de agua, mientras unos andenes laterales facilitarían la limpieza del mismo. Al igual que la muralla, este aljibe evidencia dos momentos en la construcción, posiblemente relacionados con diferentes etapas históricas del yacimiento.

Cronológicamente, el recinto cuenta con numerosas evidencias de ocupación en época almohade, siendo significativo el conjunto de dirhemes, los tipos cerámicos y las puntas de flecha de cuadradillo de estos momentos que han aparecido en el yacimiento. Ya a mediados del siglo, XIX Ramírez y las Casas-Deza decía que se encontraban vestigios de una fortaleza «a legua y media al oeste de Priego entre los horrorosos tajos de la sierra Falconera, en el sitio que llaman Jardín del Moro, a donde no se puede subir sin gran peligro y no hay noticia de su nombre ni se sabe hasta cuándo duró aquel edificio».

Siguiendo los datos ofrecidos por este escritor decimonónico Antonio Arjona Castro fue el primer investigador moderno que accedió, hacia mediados de la década de 1970, a las ruinas del Jardín del Moro, presentando después, previa sugerencia de Manuel Nieto Cumplido, la posibilidad de que las ruinas del Jardín del Moro correspondieran a las del castillo de la villa medieval de Tiñosa. Rafael Carmona Ávila llegaría a la misma conclusión, ya que una vez conocidos los asentamientos existentes en los valles y montañas de la zona, parece ser que el Jardín del Moro es el único de ese entorno que puede identificarse con la antigua villa de Tiñosa.

Respecto a los datos históricos conocidos, sabemos que el castillo y villa de Tiñosa fueron donados por el rey Fernando III a la iglesia de Santa María (Catedral) de Córdoba, a su obispo Lope de Fitero y al Cabildo el 15 de febrero del año 1245. En 1.280, el rey Alfonso X aprueba el abandono y destrucción del castillo de Tiñosa para que los moros no se pudiesen aprovechar de él. El asunto, sin embargo, se cerrará, no con la destrucción del castillo, sino con la entrega del mismo a la orden de Calatrava, con cuyo territorio colindaba. Según Arjona Castro, la villa y castillo de Tiñosa ya se había abandonado en 1350. Iluminado Sanz Sancho afirma que Tiñosa fue recuperado por el Cabildo catedralicio, y comienza a ponerse en explotación en 1.488 como simples propiedades territoriales arrendadas a vecinos de Cabra.

Evidentemente, esta segunda repoblación de la segunda mitad del siglo XV tuvo un carácter muy diferente al que poseyó cuando fue donado a la iglesia de Córdoba, dando lugar a poblaciones distintas.