Aunque en la actualidad muestra el aspecto de un moderno caserío, con la mayoría de sus casas de reciente construcción, en realidad el poblado de Algar acumula al menos ocho siglos de existencia, como lo demuestra las viejas piedras que aún se mantienen erguidas en el cerro contiguo. Algar debió ser una de las poblaciones donadas por Fernando III a la orden de Calatrava en la frontera lindante con el Obispado de Jaén, al igual que Martos, Porcuna, Bívoras, Locubín, Alcaudete, Priego, Zambra, Zagra, Carcabuey y Albendín. Aparece por primera vez en textos históricos en el año 1256, cuando el obispo de Jaén, don Pascual, estableció una concordia con el maestre de Calatrava don Pedro Ibáñez sobre los derechos episcopales que dicha orden tenía en el Obispado de Jaén, entre los que se encuentra Algar, pacto en virtud del cual los vecinos habían de pagar los diezmos a la orden militar.

Su origen parece estar en un castillo árabe de época nazarita, sometido a diversas reconstrucciones cristianas, motivadas por las vicisitudes fronterizas tan prolongadas en las Sierras Subbéticas. De hecho, este topónimo procede del árabe al-gar, término antiguo que aún sigue utilizándose en Andalucía y que significa cueva o caverna. Las altas e imponentes rocas que lo circundan por el norte forman una pared extraplomada, con grietas y concavidades, que justifica sobradamente el mencionado apelativo, como veremos más adelante.

Esta fortaleza da frente a la Sierra Horconera, donde se sitúa otro castillo de similar origen, Tiñosa, cuyas ruinas persisten en el paraje conocido como Jardín del Moro, a 1.200 metros de altitud. Algar y Tiñosa no fueron recuperados por el cabildo catedralicio hasta 1488, ya que la proximidad y el riesgo de las correrías moras no habían permitido hacer uso de estos territorios hasta esa fecha, cuando comienzan a ponerse en explotación como simples propiedades territoriales arrendadas a vecinos de Cabra.

Al poblado de Algar podemos llegar desde Carcabuey tomando la carretera de Rute (A-3226), para, antes de llegar a Los Villares, tomar un desvío a la derecha, la carretera CO-7212, que se asienta sobre la vía pecuaria colada de Escuchagranos. En el kilómetro 3 de dicha carretera se encuentra el poblado, que prácticamente lo componen dos calles: la que va hacia el norte que se continúa con el camino de Escuchagranos, y la que se dirige hacia el sur, donde está el mesón Rafi, que es la que debemos tomar y que se prolonga con un camino cementado que finaliza en el cortijo Salazar, con una fuente y huerta con nogales, membrillos e higueras. Al frente tenemos el promontorio rocoso donde se ubica el castillo, en la cota 740 metros, reducto de vegetación natural en un paisaje dominado por el cultivo del olivo. Por este lado el ascenso es bastante escarpado. Es mejor rodearlo por el oeste, en el límite del olivar, hasta que demos con un sendero algo empinado, que entre un matorral de retamas, majuelos, rosales silvestres, lentiscos y matagallos, incluso algunas encinas, quejigos y acebuches de pequeño porte, nos conduce hasta las mismas ruinas. Podemos dar un rodeo algo más largo, pero más cómodo. En ese caso debemos continuar por el camino que desde el cortijo Salazar se dirige hacia el sur, y que acaba conectando con el camino provincial CP- 175 a la altura del cortijo de la Fuente del Francés. Antes, cuando lleguemos a las ruinas de un cortijo al lado de un viejo quejigo, debemos abandonar el camino para ascender campo a través por el límite del olivar con el monte hasta las ruinas del castillo.

Se conserva una torre rectangular, en gran parte abierta y derrumbada, de dos plantas, que continúa por un muro de 1,20 metros de espesor del que falta su parte intermedia y se completa con otra torre de iguales proporciones a la anterior, de la que sólo se adivinan los cimientos.