La década de la movida comenzó en el real de la Feria con 62 casetas, tras descender ligeramente el número desde que las casetas de partidos políticos se incorporaron en 1978, y terminaron siendo un total de 89 en 1990. Un auténtico monstruo montable y desmontable sobre un terreno equivalente a cinco hectáreas de terreno junto a edificios de barrios consolidados. Y sin embargo, la Feria no solo no había perdido encanto sino que aún se diferenciaba más de las del resto de España. Todo hay que decirlo.

Pero los problemas eran ya más que evidentes. Ciudad Jardín y parte del centro eran prisioneros de la Feria. Sin olvidar el tráfico, un problema que ralentizaba incluso la actividad de la ciudad. La pregunta ya no era si se debía trasladar la Feria, sino hacia dónde y cuándo.

En la respuesta ayudó el que hubiera un mandato más o menos estable, en este caso del Partido Comunista, con Julio Anguita con un gobierno de coalición y después con una aplastante mayoría absoluta y, tras la marcha del líder de izquierda a Madrid, con Herminio Trigo de regidor. Ello propició que se plantease un nuevo PGOU, que tuvo un carácter particularmente restrictivo, pero que daba la oportunidad de buscarle sitio a la nueva Feria.

En principio, el objetivo del traslado era el actual barrio de Poniente. Aunque dos factores lo desaconsejaban: la altísima posibilidad de que la natural extensión de la ciudad hacia Poniente no hiciera más que trasladar los problemas de la Feria actual una o dos décadas, como efectivamente así hubiera sido. Y, en segundo lugar, el alto coste del suelo (sin descartar algunos intereses especulativos) y la obviedad de que estos terrenos eran más adecuados para un uso residencial organizado que para un gran equipamiento extenso. La otra opción, Miraflores, con los vecinos de la otra orilla del Guadalquivir no muy contentos con la idea de cambiar corrales de cabras y vacas por un follón de Feria. Que fuera un espacio que no permitiría una futura ampliación del real, tampoco convencía. Y eso que lo de fracasado Palacio del Sur era entonces inimaginable.

Hasta que surgió la tercera propuesta: hacer un parque urbano en El Arenal que tuviera múltiples funciones a lo largo del año, no solo acoger la Feria.

Y como era muy bonita la idea tras 20 años de sesudas reflexiones... pues por ahí se tiró.

Mientras, La Victoria y Vallellano, junto al Centro, Ciudad Jardín, Vista Alegre y la ciudad en general eran, queriendo o no... una feria. Eso sí, una fiesta que reflejaba perfectamente en las casetas políticas toda la animada vida política de la época y en los conciertos la sociedad, con los grandes de la movida, tanto madrileña como sevillana, de Vigo, catalana, valenciana… Por muchos negacionistas de aquel movimiento que haya hoy en día. A pesar de cientos de grupos que aún ocupan horas enteras en programas nostálgicos musicales. Por ejemplo, en la Feria de 1984 el Teatro de la Axerquía acogió a Medina Azahara, Luz Casal, Pistones y un Enrique Morente transgresor que parecía estar esperando ya a Lagartija Nick para su obra Omega. Más aún, El último de la fila actuó en 1987 y Lola Flores en 1988, que no era exactamente de la movida, pero que se movió más que nadie. 

Todos atentos | Espectadores en la caseta municipal, durante una actuación, en la Feria de 1984. Todos muy pendientes, niños incluidos. FRANCISCO GONZÁLEZ

Ya en 1981, la Feria se prorrogó hasta los 9 días, volviendo a la calle del infierno la montaña rusa (1981), dejando apenas unos metros de paso entre la multitud congregada en República Argentina y la de Conde de Vallellano (si no pasó nada fue porque Dios no quiso) y consolidándose la Barca Vikinga (1982) a pocos metros de unas viviendas a las que ya no les preocupaba que en un vaivén descontrolado la nave, los vikingos y todos sus cuernos se metieran por la ventana. Asustaba más cómo vibraban los cristales con la megafonía de la caseta o el cacharrito cercano. Lo dicho… una feria.

Ciertamente, hoy en día es fácil ironizar sobre una fiesta que no pasaría la mínima norma de seguridad europea (España entró en la UE en 1985) y que, sin embargo, y para muchos, servidor incluido, era la más encantadora del mundo. Pero cualquier técnico europeo se hubiera caído de espaldas de tener que certificar toda la algarabía que era esa ciudad efímera dentro de otra ciudad.

Una broma: quizá algún vecino de República Argentina o La Victoria pueden aún reclamar indemnizaciones por traumas psicológicos persistentes causados en 1988 por haber escuchado a las tómbolas, 9 días y a todas horas, vender un muñeco de moda histórico: «¡Qué alegría, qué alboroto, otro perrito piloto!».

Por supuesto, aquello no era un caos, y en 1989 se estrenaba la primera guardería de la Feria, pero también es cierto que el real tenía en 1985 tres portadas y las tres pasaban desapercibidas: una en el Meliá, en Puerta Gallegos y en Ronda de los Tejares, con La Victoria albergando 43 casetas, 8 en las inmediaciones del Meliá y 29 en Vallellano. Aquel año la tierra tembló con la feria, literalmente. La gente salió con el corazón en un puño de la corrida de Los Califas del día 25 cuando un terremoto se dejó sentir a las 20.30 horas.

Por cierto, y respecto a la Feria Taurina, ahí quedó aquel triunfo de Espartaco, con dos orejas, en 1987, aunque no se llevó el trofeo Manolete, que quedó desierto de nuevo. En esa década solo lo consiguieron Emilio Muñoz (1983), Fermín Vioque (1984), Tomás Campuzano (1985) y Francisco Ruiz Miguel (1986). Y de todo ello, y de la realidad internacional y nacional, los cordobeses pudieron enterarse por fin sin cortapisa alguna y con un nuevo espíritu regido exclusivamente por criterios periodísticos gracias a la nueva etapa de Diario CÓRDOBA, poco antes de la Feria de 1984, el 15 de mayo.

Fue cuando el periódico cordobés pasó a propiedad privada y la joven plantilla de La Voz de Córdoba integrada en el nuevo proyecto, acometió el reto de dar esa nueva información que necesitaba la ciudad y provincia.

Por cierto, un joven Manuel Fernández, que ya había comenzado a hacer época, empezó a narrar la Feria de Córdoba de otra manera, marcando desde entonces, y si era posible con su bendición, la forma en la que a todos los demás periodistas les ha venido tocado dar cuenta de la fiesta.