Después de diecisiete años paseando por la calle del infierno, hay muchas caras de feriantes que resultan familiares, igual que sus negocios, ya clásicos en el real cordobés. Uno de estos personajes es José Alonso, que hace ya 25 años que acude a la Feria de Córdoba con su pequeña bodega de vino de Cariñena presidida por dos enormes baturros que pisan uva sin cesar. "Ya sé que aquí hay muy buenos vinos, pero hay que probarlo todo", dice el riojano, que no se queja en exceso de la bajada de ventas, aunque lo ha notado, como casi todo el mundo. ¿Y qué seria una Feria sin el puesto de turrón? De esto sabe mucho Juan Ribas, que aún recuerda su puesto en el Paseo de la Victoria. "Llevo 25 años vendiendo mis productos en Córdoba, aunque en aquella época solo era de turrón, peladillas y frutas escarchadas", dice el feriante, que ha tenido que incluir en su actual oferta algunas chucherías y pequeños juguetes. "En Córdoba, se sigue la tradición de hincar el diente al turrón, pero la crisis está haciendo mella. Nosotros vivimos de la clase obrera, y con el paro que hay...", se queja este turronero que se asienta junto a la noria, otro clásico en la calle del infierno. Juan José Serrano es uno de los responsables de esta atracción y también recuerda la Feria de los tiempos de La Victoria. Aunque reconoce que se nota que los bolsillos están más mermados, señala que la noria siempre atrae a la gente, sobre todo a los más pequeños. Todo esto y el algodón de azúcar son parte de la tradición ferial. Ellos son algunos de los ingredientes que nunca faltan.