Albaceteño de nacimiento y cordobés de adopción. Nos conocíamos de siempre pero mi relación estrecha con él comenzó cuando contactó conmigo para informarse de mis gestiones en Granada (nos tocó ese destino a ambos como soldados médicos), para entrar en el Servicio de Otorrino del Hospital Militar. Yo soy de la primera promoción y él de la segunda.

Convivimos los años 79 y 80 y entre nosotros se fraguó una amistad que, tal y como la jerga de esos años imponía, nos llevó a llamarnos el uno al otro “tronco”. De hecho durante años lo tuve guardado en la agenda de mi teléfono como “troncomóvil”. La vida nos distanció en kilómetros pero nunca en nuestro amor fraterno pues siempre lo he considerado un hermano más.

En cuanto pude fui a verlo a Tenerife o a Madrid y él a mí a Tarragona. La vida nos iba llevando. A partir del 99 volvimos a coincidir en Córdoba y retomamos el contacto directo. Heredó de su padre, mi recordado Antonio, la profesión y el amor por la otorrinolaringología. Poliédrico: Otorrino, médico del trabajo, médico militar, Jefe de los Servicios Médicos de la Diputación. Trabajador incansable. Tuno de bandurria. Montero... en todas sus facetas se hizo querer.

Con el alma y el corazón rotos, creo que lo mejor que puedo decir de Joaquín es que ha sido siempre un fiel amigo, una de las mejores personas que he conocido, que siempre ha estado ahí, en los buenos y en los malos momentos, al pie del cañón. El maldito virus le ha embestido justo en un momento de debilitamiento en su salud, minada por otro proceso patológico y, a pesar de ello, ha luchado denodadamente, con la fortaleza que siempre le ha caracterizado, durante más de un mes en la UCI.

Hijo, marido, hermano y padre ejemplar. Su madre, esposa, hermanos y sus cuatro maravillosos hijos saben que les ha legado una cohorte de “amigos/hermanos” que con su forma de ser supo reclutar durante su, desgraciadamente, corta pero intensa vida.

Buen viaje Joaquín!

Descansa en Paz “tronco”!