Todos intentamos sacarle partido, de mil maneras, a nuestras vidas. Pero acaso no os habéis dado cuenta de que convivimos con un cerebro al que hay que domar con el látigo de la indiferencia. Él, solo mira para el disfrute de su egoísmo. Sobre todo, en esa golosa fase procreadora, en donde el cuerpo físico funciona como un reloj. Qué bien se encuentra en un cuerpo joven. Enamorado. En donde las enfermedades quedan lejos, y tanto el bienestar como el placer engorda sus neuronas. Con la llegada del ocaso, se rinde, y pretende, bajo cualquier circunstancia, que tiremos la toalla. Invitándonos a desplegar la bandera blanca de la rendición. Enarbolemos la enseña de guerra (sin bajar la guardia) en contra del egoísmo despiadado de nuestro compañero de viaje. Advirtiéndole que, existe una ineludible lealtad entre colegas; que no solo hay que asomar en los albores de la juventud; cuando el gallito se creía él. Pues ya saben, si quieren aprovechar su paso por esta vida, ignoren a los quejicas.