Una de las figuras más emblemáticas del Museo al Aire Libre de Fernán Núñez, no tanto quizá por su valor artístico como por su alto valor simbólico, fue la monumental escultura dedicada al botijo, ese sencillo --pero imprescindible-- cacharro que, surgido de la feliz conjunción de los más humildes barros de la Campiña con la mano del hombre y el fuego abrasador de los hornos alfareros, alguien definió como "el más barato, perfecto y eficaz refrigerador jamás inventado". Desgraciadamente desaparecido (aunque recuperable), grabado sobre la capa exterior de blanco estuco, tenía delineado con fina caligrafía el magistral soneto que le dedicara Cristóbal Romero, el gañán poeta, como le calificaron algunos, o el poeta de la Campiña cordobesa, como nos gusta definirlo a otros. Para tal señor, el botijo, tal honor: este magistral soneto:

La ciudad de La Rambla fue tu cuna,señor feudal del caluroso estío,siempre sudando estás, y siempre frío,como las soledades de la luna.

Tántalo fue quien hizo tu fortuna,la cigarra canta a tu albedríoy cuando lleno estás al lado mío,seguro es que no siento pena alguna.

Eres monarca fijo de los trópicos,terrible emperador de los hidrópicos,ancho de panza y corto de pitorro.

Ya estés lleno de agua, ya de vino-para vaciar tu seno cristalino / ¡no hay más remedio que beber a chorro!