Por un momento creí que estaba ante la versión local del sabueso de los Baskerville cuando la otra noche casi me dí de bruces con un gran perro en los aparcamientos del Reina Sofía. A punto estuve de tener que volver a pie. La presencia del perro, procedente de una finca cercana, es habitual a determinadas horas de la noche. Luego me dijeron que es inofensivo, pero yo aún tengo las escamas de punta.