Tras escapar de las palizas de su marido y del piso donde la tenía encerrada, la pregunta fue mayúscula: "¿Dónde me voy?". Abigaíl es una de las cientos de supervivientes de la violencia machista que no tienen dinero para cambiar de domicilio. A diferencia de tantas, ella logró una vivienda hace más de diez años. Hoy no hay suficientes equipamientos para alojarlas, y por tanto, rehacer de nuevo su vida. Las entidades señalan ya a las inmobiliarias y a los propietarios, que en cuanto saben que el alquiler será para ellas, se niegan en rotundo. "Es el problema más bestia que tenemos", se quejan desde la asociación In Via, con más de 60 años de experiencia en acompañar a las mujeres.

Ahora tiene 42 años, pero cuando llegó a Cataluña tenía menos de 30. Abigaíl no se llama Abigaíl, necesita un nombre falso para seguir escondida de su marido, con el que migró para conseguir una vida mejor de la que le esperaba en su país. Vivía con él y sus tres hijos, y se pasaba el día encerrada en casa. "No trabajaba, no sabía el idioma... y él era el que nos mantenía", cuenta. Fue entonces cuando empezó el maltrato. "Fue un cambio brutal", asegura. Aguantó insultos, golpes y palizas. "Llegó un punto en que pensé: 'si me quedo aquí me mata, tengo que salir. Pero ¿dónde voy?' Yo no conocía a nadie, estaba completamente sola", explica. "La gente se piensa que todo acaba cuando vas a denunciar a la policía. Pero no. ¿Y luego qué haces, te vas a dormir a la calle?", agrega.

Hablando con dibujos

En su caso, el Servicio de Atención, Recuperación y Acogida (SARA) del Ayuntamiento de Barcelona le proporcionó una primera estancia en una pensión. "Aquello es como ir a urgencias, estás en el box esperando, pero nadie te ayuda y te sientes muy sola, no sabes ni por dónde empezar", cuenta Abigaíl. Ella estuvo allí un mes, hasta que logró entrar en una casa de acogida para víctimas de violencia machista. De hecho, en aquel momento no sabía hablar español. "Me acordaré toda mi vida, yo con las maletas, los niños... Iba a ciegas no tenía ni idea de adónde iba... y como no hablaba español no entendía nada. Hasta que me dibujaron una casa en un papel, allí entendí que me iba a un sitio seguro y tranquilo", explica ahora.

En la casa de acogida de In Via fue donde Abigaíl logró rehacerse para empezar una nueva vida. "Cuando sales del maltrato te olvidas de todo, pero sobre todo de quien eres... solo piensas en que tu vida está rota", prosigue. No lo estaba. Allí, por ejemplo, recordó que le gustaba cantar. También aprendió a hablar castellano y catalán, y empezó un curso de formación profesional como auxiliar sociosanitaria con el que hoy puede llegar a final de mes. "No es nada fácil pero allí te ayudan, te apoyan y te forman para que seas fuerte y seguir con tu vida", resume Abigaíl.

Un no rotundo

Pero el gran problema de las entidades sociales es que cada vez son menos las chicas como ella que pueden acceder a estos servicios. "Nos faltan pisos", repite Irene Andrés, responsable del servicio de atención integral de la mujer de la asociación In Via. Y es que a la falta crónica de recursos públicos se le suma ahora un problema aún mayor, el 'no' rotundo de los propietarios de pisos. "Estamos al nivel de que ya no es un problema de dinero, es que a la que los propietarios saben que somos nosotras que alquilamos el piso para alojar a mujeres víctimas de violencia machista nos dicen que no", se queja Andrés.

El drama que provoca esta situación es doble. Primero porque las mujeres que están preparadas emocionalmente para salir de las casas de acogida en las plazas existentes no tienen dónde ir. "A mí entrar en un piso de In Via me ayudó mucho. Con dos hijos y cobrando el salario mínimo.... ¿Dónde crees que habría acabado?", explica Abigaíl. Y por otro lado, las nuevas víctimas terminan solas en pensiones o en habitaciones de hotel esperando un alojamiento más definitivo con acompañamiento psicológico, formativo y social. "En Barcelona la lista de espera no baja de los dos meses, pero en el resto de Cataluña... Es algo lamentable. Las administraciones nos piden que abramos pisos y no podemos, y las mujeres se quedan sin nada", asume Andrés.

Hipocresía feminista

¿Qué motivos dan los propietarios? "Dicen que no quieren líos ni que haya gente subiendo y bajando... pero en realidad es pura hipocresía", se queja también la directora de la entidad, Carme Laorden. "Nos llenamos la boca hablando de feminismo pero a la hora de la verdad estos propietarios están excluyendo y revictimizando aún más a las mujeres", sostiene Andrés. A lo largo del año, solo una persona aceptó alquilar uno de sus pisos para dar hogar a las supervivientes del maltrato. La propietaria era una mujer y aceptó tras una charla con Laorden para entender cómo funcionaría el servicio. "Es la única propietaria de las decenas con las que hemos contactado que ha aceptado hablar con nosotras. El resto no quiere ni escuchar como trabajamos", se queja Laorden.

Abigaíl las oye y se lamenta. "Es una pena porque no es sólo el hecho que te den un techo. Tu en ese momento necesitas que alguien te escuche, que te guíe para donde tirar porque estás hecha un lío...", resume. Ríe contando anécdotas de su estancia en la casa de acogida, pero sobretodo su cara se llena de felicidad cuando asume que ha logrado una nueva vida. Una sonrisa que muchas mujeres no consiguen. Siguen esperando una nueva vida desde pensiones y hoteles.