Recomiendo con entusiasmo la lectura sosegada de Albert Soler, compañero de 'Diari de Girona' al que también pueden leer en 'El Periódico', ambos de Prensa Ibérica, del mismo grupo editorial que esta casa. Soler es gerundense y vive y trabaja, por tanto, en una de las zonas de Cataluña más activas del independentismo del lazo amarillo, cuna de Puigdemont, alias 'El vivales', según la terminología empleada por el columnista. Partiendo del hecho de que socavar el argumentario 'indepe' constituye un inocente ejercicio de fogueo si se escribe desde Madrid y un riesgo manifiesto de verse envuelto en problemas si se hace desde Girona, Soler evidencia en cada publicación que la pluma es más poderosa que la espada. Desde la independencia periodística, les zurra a los lacistas porque es lo que tiene más a mano, pero no se corta en destapar las vergüenzas del resto de partidos, y es tanta su autoridad que la manada de trols de toda especie y condición que patrullan las redes sociales dispuestas a entrar en balacera a la menor provocación (del PP a Podemos, pasando por el PSOE) se lo piensa mucho antes de replicarle.

Albert Soler no duda en pisar el barro cuando se mete en un jardín. Hace unos días se le ocurrió ironizar sobre la desafortunada comparación que la ministra Irene Montero hizo entre la mujer que denunció a El Cigala por agresión y la madre de las niñas de Tenerife. “Juro que cada vez me ponen más difícil seguir siendo de izquierdas”, escribió el periodista. Además de lúcido, es de los que te hacen pensar.

Ser de izquierdas no lo ponen fácil. El presidente Sánchez -tanto como el resto de españoles- ha perdido la cuenta de las veces que ha pronunciado esta semana las palabras “concordia” y “convivencia” acerca de Cataluña. La cosa venía a cuento de los indultos, e insistió en el mensaje incluso el mismo día que los encarcelados por proclamar la Republiqueta, ese palabro magistral acuñado por Soler, salían de prisión y se aferraban a la pancarta ya conocida de 'Freedom for Catalonia'. No digo yo que sea sencillo “concordar” con el exlíder de Òmnium Cultural, Jordi Cuixart, al que la cárcel ha convertido en un tipo más parecido a El Torete a punto de atracar un banco que a un líder nacionalista, y convendrán conmigo en que al electorado de izquierdas le cueste entenderse a sí mismo cada vez que el PSOE pega un volantazo.

La capacidad de adaptación del votante socialista es prodigiosa. Y no me refiero solo a los indultos, que ya veremos como casan con los futuros apoyos electorales a Sánchez. El transformismo del PSOE viene de largo, del “OTAN no, bases fuera” y el “OTAN, de entrada, no”, del abandono del marxismo en el XXVIII Congreso del 79 y del extraordinario de ese mismo año en el que Felipe pronunció aquello de que “hay que ser socialistas antes que marxistas”, a inaugurar las puertas giratorias y los puestos remunerados en Acciona, Red Eléctrica, Gas Natural, Abengoa y hasta Pfizer.

En cada una de esas ocasiones han repetido tantas veces lo de “pasar página” (y si estuviéramos hablando del PP haría falta todo el espacio disponible de este periódico), que parece que el libro no tuviera fin y se reescribiera a la medida de cada dirigente de izquierdas aupado al Gobierno gracias al apoyo de sus “lectores”. Nadie, por lo visto, es capaz de acabar de escribirlo y ponerle fin de una vez, aunque lo más sorprendente es que 142 años después de su fundación por Pablo Iglesias, el PSOE mantenga su lecho electoral frente a partidos de reciente creación o de poco más de 30 años de antigüedad, si contamos al PP a partir de su refundación por Aznar en el 89.

Sin remontarnos tan lejos, no hace falta más que echar un vistazo a la factura de la luz del mes de junio para preguntarnos cómo serán los demás para que el PSOE no pierda un gramo de musculatura en su condición de partido de Estado. Imagino que leyes como la dependencia, la eutanasia o la renta mínima, por citar las más recientes, y la oposición torpemente argumentada y representada de las formaciones de centro derecha, apuntalan a un partido al que cuesta identificar con las necesidades de la clase obrera española.

Con Albert Soler comenzaba y con él acabo: "Yo mismo, siendo de izquierdas, jamás votaría a un partido que dice ‘niñes’. No es por nada, es que no soporto a los gilipollas". Nadie dijo que ser de izquierdas fuera fácil.

@jorgefauro