En España, como en tantas otras partes, uno se define en política según con quién se alíe y, en general, los partidos son los socios que eligen, de la misma manera que son aquello que vetan. Después de la nueva política, acabamos por llegar adonde siempre y ahora que hay tantas siglas en el Congreso es cuando más vivas resultan las dinámicas del bipartidismo al que dieron por muerto, con un bloque a la izquierda y otro a la derecha. Dos bloques heterogéneos, claro, con sus peleas internas, pero esto tan nuevo es lo que hemos visto toda la vida.

Ambos bloques andan estos días con el meollo, que es el reparto de los sillones y los Presupuestos, y se diría que están en la misma situación a un lado y al otro, porque PSOE y Unidas Podemos encallan en la investidura de Pedro Sánchez igual que PP, Ciudadanos y Vox se atoran en la negociación de Murcia y de Madrid. Y siendo el mismo escenario, desparramado de egos y de testosterona, guardan llamativas diferencias.

Pese al bloqueo en Madrid, tienen esperanzas en la dirección del PP y también en la de Vox, que aprovecha para regodearse a costa de Cs. Esa preferencia por la extrema derecha es la que, al cabo, define la ideología de Albert Rivera, mal que le pese la evidencia: después de que Vox le insultase en la redes, Rivera les dio en Murcia las negociaciones que negó que les daría; después de que Rocío Monasterio cayera incluso en las alusiones personales, les dio la foto de Ignacio Aguado junto a la propia Monasterio e Isabel Díaz Ayuso.

A Albert Rivera se le reproduce la foto de la plaza de Colón por las esquinas, pero el presidente de Ciudadanos habrá de decidir hasta dónde quiere llegar.

Ideología común

En su mano está plantarse o seguir con las concesiones a los ultras como esperan en Génova, donde confían en que prevalecerá no ya el interés por el poder, sino la ideología. O sea, el modelo fiscal que Partido Popular, Cs y Vox comparten para convertir Madrid en la curva de Laffer y liberarla de la tiranía de los impuestos.

Sería un avance para PSOE y Unidas Podemos que hubieran tropezado en esa o en cualquier otra decisión política, fueran los impuestos o las inversiones, pero la realidad es que ni siquiera han alcanzado ese punto. También ahí aclara las cosas fijarse en los precedentes -porque esto lo hemos visto ya antes- para darse cuenta de que les atrapa la desconfianza mutua entre sus líderes. La tranquilidad que trasladan en Génova, aunque no las tengan todas consigo, es distinta de la tranquilidad inquietante que se empeña en transmitir la Moncloa, basada en las encuestas sobre una posible repetición electoral y en lo que le hacen decir al CIS sobre las coaliciones preferidas de la gente.

La izquierda se enreda en nombres y ministerios, justo al contrario de lo que reclama su electorado, y dedica más esfuerzos en discutir quién lleva la razón que en buscar salidas. Corre el reloj y la cosa no va.

El mensaje

La carta que ha puesto de acuerdo a los diputados socialistas que se abstuvieron por Mariano Rajoy no se la han remitido a Pablo Iglesias, sino a Pablo Casado. Señales.