Susana Díaz reavivó ayer su pulso con Pedro Sánchez de una manera muy gráfica, que admite pocas interpretaciones. La expresidenta andaluza, eterna antagonista del secretario general del PSOE, evitó avalar las listas a las elecciones de abril y mayo, emitiendo un voto particular a unas candidaturas que el jefe del Ejecutivo ha diseñado a su medida, sin críticos, ajustando cuentas con aquellos que le defenestraron en el 2016. La apuesta de Sánchez no estuvo exenta de críticas, y algunas federaciones habían expresado su malestar en los días previos, al borrar la dirección socialista los nombres de varios candidatos a diputado que habían sido previamente votados por las bases en las asambleas locales. Pero todas, al final, acabaron dando el visto bueno a los designios del presidente del Gobierno.

Todas, salvo Andalucía. No hay precedentes de algo así en la historia del PSOE en las últimas décadas, según varios dirigentes consultados. Primero, en la reunión de la comisión de listas, el representante del PSOE andaluz emitió un voto particular. El escrito lamenta el diseño de las candidaturas, incidiendo en que se ha dado la espalda a los deseos de las bases pero mostrando, al mismo tiempo, su voluntad de acatar el resultado. Después, en el comité federal, donde los más de 250 miembros del organismo respaldaron a mano alzada esas listas (a las elecciones generales del 28 de abril y a las municipales, autonómicas y europeas del 26 de mayo), Susana Díaz y varios de sus colaboradores más cercanos permanecieron con los brazos caídos.

LA ADVERTENCIA / «Tomo nota», avisó la líder de los socialistas andaluces, cuyo poder orgánico es mucho menor desde que fue desalojada de la Junta. Los cambios que la dirección del PSOE hizo a las propuestas que le llegaron del sur fueron numerosos, pero hay un nombre que los simboliza: Antonio Pradas. Siempre a las órdenes de Díaz, Pradas, como miembro de la primera ejecutiva de Sánchez, fue uno de los principales artífices de su caída hace dos años y medio.

La expresidenta autonómica había dado la directriz a sus militantes de que lo votaran, y en su propuesta aparecía como número dos por Sevilla. Pero Sánchez, que no olvida el traumático pasado reciente, ordenó borrar el nombre de Pradas. Ni siquiera le ofreció el Senado.

El choque en el comité federal implica que la lucha entre Díaz y Sánchez, siempre latente, sube varios grados. Aunque no se librará a fondo hasta que pasen los comicios de mayo, el voto particular dará argumentos al jefe del Ejecutivo para relevar del liderazgo andaluz a la expresidenta autonómica. En la dirección del PSOE recuerdan, en este sentido, que Díaz no puede dar lecciones de respeto a los designios de la militancia (forzó la dimisión de un secretario general votado en primarias, para luego salir derrotada en otros comicios internos), y que Sánchez le permitió que diseñara, hace unos meses, unas listas para las elecciones andaluzas donde los partidarios del presidente del Gobierno no tenían apenas presencia. Los colaboradores de Sánchez también anticipan que el resultado del PSOE en Andalucía en las generales será mejor que el de las recientes autonómicas, algo que debilitará a su rival.

El enfrentamiento con Díaz no apareció por ningún lado en el discurso de Pedro Sánchez. La intervención del presidente fue muy similar a la de sus mítines, repartiendo sus ataques entre la derecha y el independentismo. Al PP, Cs y Vox les reprochó su «falta de lealtad», al poner en duda la defensa de la unidad de España por parte del PSOE, que apoyó del artículo 155. «A este partido, lecciones de constitucionalismo, ninguna», dijo.

Después pasó a Cataluña. «El independentismo vivía mejor con un Gobierno del PP. Bien lo saben sus elementos más ultras. El independentismo gobierna contra todos los catalanes. Con un Gobierno socialista no se va a producir la independencia de Cataluña. Convivencia siempre, independencia nunca», dijo el presidente, subrayando que la «democracia» que permite manifestaciones independentistas es también la que juzga «a los políticos que quiebran las normas».