Pedro Sánchez parece haber transitado del Gobierno bonito defensor de batallas de fuerte componente ideológico como el Aquarius o la exhumación de Franco al pragmatismo aplastante de una realpolitik que prioriza el interés general a eventuales consideraciones éticas. El presidente evidenció ayer ante el Congreso de los Diputados que el oficio de gobernar consiste, sobre todo, en cabalgar contradicciones y mancharse de realidad. Compareció con aire resignado a confirmar en sede parlamentaria lo adelantado por este diario: España mantendrá la venta de armas a Arabia Saudí a pesar del malestar generado por el asesinato del periodista Jamal Khashoggi, puesto que el Gobierno elige no poner en riesgo las relaciones comerciales con el primer productor de crudo del mundo. De nada valió la presión de los socios parlamentarios, que exigieron la paralización inmediata de la exportación de armamento al régimen de Riad pero eludieron valorar las repercusiones económicas que tal gesto tendría en otros sectores que, con total probabilidad, verían sus contratos multimillonarios convertidos en papel mojado.

«Siempre he creído que la política es convertir los ideales en realidades. No siempre se puede conseguir y en ocasiones lleva más tiempo de lo que alguien pudiera desear». Sánchez reconoció cierta impotencia ante un escándalo, el caso Khashoggi que observa desde la «consternación» y pidió a los partidos que tengan en cuenta el «peso de las relaciones comerciales» que él debe defender en nombre del «interés general». Mencionó el caso de Navantia, con 6.000 empleos en juego, sujetos a la construcción de cinco fragatas para Arabia Saudí. Dijo que su responsabilidad como presidente es «conciliar intereses» que están en conflicto y matizó que, en todo caso, este Gobierno no ha firmado ninguna venta de armas a Riad.

La sensación de impotencia no convenció a su principal socio parlamentario. Pablo Iglesias le habló desde la empatía pero, también, desde la oposición. «Sé que en el fondo está de acuerdo conmigo, que usted sabe que no debemos vender armas a Arabia Saudí y que deberíamos revocar esos contratos», le dijo, para pedirle una política industrial que dé alternativa a los astilleros de Navantia porque «se puede defender a los trabajadores y al mismo tiempo no tener que vender armas a Arabia Saudí».

¿Reorientar la industria? / Sánchez le recordó que la relación con Riad no se ciñe a la industria armamentística y que la pérdida de confianza de los saudíes haría caer el resto de contratos en sectores como el petroquímico o la construcción. A todo cuanto accedió Sánchez fue a empezar con los grupos políticos un diálogo para valorar si es posible una «reorientación» de la industria de armas o un establecer ciertos mecanismos de fiscalización del «material de defensa» vendido al régimen de Riad. No detalló ninguna de las propuestas y fuentes gubernamentales admiten la fragilidad de ambas. «Es un trágala. Este debate es para el lucimiento de la oposición. Poco podemos hacer. Nos jugamos demasiado», admiten desde la Moncloa, donde recuerdan que España se juega, por lo bajo, 14.000 millones de euros en contratos.

Otros países arriesgan menos. Sánchez, sin llegar a acusaciones directas, sí que deslizó la «hipocresía» con la que algunos gobiernos han anunciado medidas más drásticas por el caso Khashoggi. Alemania apostó el domingo por paralizar las ventas de armas a Arabia Saudí, pero el presidente insistió en que la canciller no ha formalizado en ningún documento esa declaración in voce.

PP y Ciudadanos, partidarios de mantener los compromisos con Riad, aprovecharon el debate para acusar a Sánchez de no ser contundente en la crítica de otros regímenes y volvieron sobre la situación de crisis humanitaria y represión política de Venezuela, crítica que -dicen- el presidente evita para no incomodar a sus socios podemistas.

ERC denunció que las cinco fragatas que construirán los astilleros de Navantia servirán para el bloqueo de la llegada de ayuda humanitaria en la guerra del Yemen y criticó las relaciones comerciales y de amistad de las monarquías española y saudí. El PDECat defendió que se suspendan los contratos y, a cambio, se aprueben políticas económicas de apoyo a las industrias afectadas. El PNV planteó que Sánchez se mueva bajo el amparo de una declaración internacional de protesta, que, a estas alturas, parece la única alternativa real al alcance de un Gobierno que asume el pragmatismo que tan eficazmente defendió una de las grandes figuras de la realpolitik, el exsecretario de Estado estadounidense Henry Kissinger. «América no tiene amigos o enemigos permanentes. Solo intereses».