Cuando Pedro Sánchez llegó a la Moncloa ya debía saber que gobernar con 84 diputados (de 350) era temerario. Más en España, donde la derecha cree que cuando pierde el poder (elecciones del 2004) es fruto de una conspiración universal y que todo vale para echar a los usurpadores. José Luis Rodríguez Zapatero -que cometió graves errores- no era culpable ni de traicionar a los muertos (negociación con ETA) ni de desmembrar España (Estatut) ni de la peor crisis económica desde 1929. Pero, en el 2011, Mariano Rajoy sacó mayoría absoluta en las generales.

Tras el aumento de la confianza que España experimentó al formarse en junio pasado un Gobierno que parecía competente, no sectario, y con voluntad de desinflamar (no solo Cataluña), Sánchez se encuentra ahora a un bloqueo de los dos partidos de derechas para impedirle discutir en el Parlamento los Presupuestos del 2019 (por la ley de estabilidad del exminstro Cristóbal Montoro), con la dificultad de pactar con Podemos unos presupuestos sensatos que inspiren confianza en la economía, y con un ruido ensordecedor que busca erosionar y -si puede- derribar al Gobierno.

Por eso se bloquean los Presupuestos y no se quiere debatir su contenido, que sería lo normal. Por eso, el líder de Ciudadanos, Albert Rivera, intenta erigir el hipotético plagio (o mediocridad) de la tesis doctoral de Sánchez en el asunto capital. Por eso, la derecha unida (aunque desunida) exige la dimisión de la ministra de Justicia, Dolores Delgado, -que no sale engrandecida de sus conversaciones privadas del 2009- en base al chantaje de un policía corrupto, que debió prestar servicios al Estado pero al que la justicia ha enviado a prisión.

Sánchez se defiende. Unos días mejor que otros, e intenta seguir gobernando. Pero querer abrir una reforma parcial de la Constitución (positivo) como arma política y sin consenso con una oposición que solo le quiere derribar es un grave error. Confiar en Pablo Iglesias, que ya pide la cabeza de la titular de Justicia, es pecar de ingenuidad o exceso de confianza (en el 2016 le exigió en rueda de prensa la vicepresidencia y el control de la policía). Y condenar al PP a los infiernos y erigir al PSOE en autoridad moral absoluta es olvidar los evangelios que dicen que «el justo peca siete veces al día».

Es evidente que la exministra de Sanidad Carmen Montón no dimitió sin culpa y que Delgado (por José Manuel Villarejo) y Pedro Duque (por OK Diario) van a sufrir -sin razón o con razón- un acoso continuo. Puede enervar, pero la democracia también es eso.

Todos los gobiernos -también los de izquierdas- pecan y nuestra derecha es la que es. Sánchez quizá se equivocó al no seguir los consejos de los que le apremiaban a convocar elecciones al llegar septiembre. No podía ser ingenuo. Pero es combativo, plantará cara y ya demostró que no se le liquida con un simple asesinato. Comete errores, pero su medicina de la desinflamación es la correcta para intentar superar el primer problema de España. La alternativa prescrita y proclamada -otro artículo 155 contra el verbo del president Quim Torra- implicaría un riesgo de suicidio para la democracia española.