Pedro Sánchez cumplió el pasado miércoles un mes al frente del PSOE. El cargo de secretario general no lo asumió hasta el congreso que celebró el partido el fin de semana del 26 y 27 de julio, pero desde su victoria dos semanas antes en la consulta a los militantes frente a Eduardo Madina y José Antonio Pérez Tapias, Sánchez comenzó a marcar su propio paso. Lo primero que hizo fue ordenar el voto de los socialistas españoles en la Eurocámara en contra del conservador Jean-Claude Juncker como presidente de la Comisión Europea. No fue una decisión fácil, ya que la mayoría de los socialdemócratas de otros países votaron a favor. Suscitó malestar en muchos dirigentes, pero el secretario general impuso su criterio sin grandes problemas.

Después llegó la composición de la ejecutiva. Aquí, en cambio, se vio con claridad que no gozaba de autonomía, sino que debía saldar las deudas con los barones del partido. De ahí la elevadísima presencia de líderes territoriales en la nueva dirección (incluida la andaluza Susana Díaz, quien más poder tiene y a quien más debe el secretario general), donde la integración de las dos candidaturas perdedoras ha sido casi inexistente. Pero renovación sí ha habido: de los 38 miembros de la ejecutiva, solo cuatro estaban también con el dimitido Alfredo Pérez Rubalcaba.

A partir de ahora, Sánchez deberá lograr que el PSOE, que nunca en democracia ha gozado de tan escasos apoyos en el electorado, vuelva a generar confianza. La dirección del partido ya está trabajando en varias iniciativas económicas y sociales cara a las autonómicas y municipales de mayo.