Parece que ha pasado una eternidad, pero han transcurrido dos años. El miércoles se alcanza la mitad de la legislatura que Mariano Rajoy estrenó con mayoría absoluta. En 24 meses ha caído un diluvio de decretos y recortes sobre los españoles por obra y gracia de un Gobierno y de un presidente que han ido a contrarreloj desde su llegada al poder para zafarse del amenazante rescate europeo y que, sin embargo, han puesto a prueba la paciencia de propios y extraños cuando se ha tratado de dar explicaciones sobre asuntos delicados: la corrupción y el caso Bárcenas ; las relaciones con su extesorero (a quien enviaba mensajes de comprensión a principios del 2012, cuando oficialmente se había vendido una ruptura de relaciones) o su estrategia ante el desafío catalán.

Rajoy lleva en su muñeca un reloj que funciona a dos tiempos. Los acelerones, para la economía cuando Europa aprieta. Y vaya si aprieta. Las demoras del presidente, para todo lo demás. Su política y su gestión de conflictos son de pulsación baja. El tiene probada resistencia ante la presión social y mediática, más allá de las consecuencias que eso conlleve. Prefiere verlas venir que ir a buscarlas con decisión. Y así ha sido en los dos últimos años.

Es poco amigo de los encuentros con la prensa y de los cambios --valga como prueba que no ha movido ni una silla en su Consejo de Ministros, pese al desgaste de algunos de sus integrantes o la impopularidad de otros-- y le cuesta hacer frente a las polémicas: Rajoy mantiene a José Ignacio Wert capitaneando la cuestionadísima reforma de educación (el mencionado ministro, quemado, sirve de parapeto a un presidente, que le apoya desde la distancia), pero tiene desde hace meses guardada en un cajón la modificación de la ley del aborto que encargó a Alberto Ruiz-Gallardón. Esta norma no la exige Bruselas, así que puede esperar al menos unas semanas más, dado que dará problemas. Problemas y de qué hablar, a buen seguro mal, a izquierda y a derecha del PP.

EL MAYOR 'TIJERETAZO' Casi dos años. Dos años de la gran victoria de Rajoy, la que llegó en el tercer intento (para eso también se tomó su tiempo) y cuando el PP había barrido ya en las elecciones autonómicas y municipales de mayo del 2011. Ese mismo año, en otoño, Rajoy convenció a una gran mayoría de españoles de que él era el idóneo para sustituir a un tocadísimo José Luis Rodríguez Zapatero, garantizando que conocía el camino para escapar de la severa crisis. Y dejó plasmada su pócima política en un programa electoral que, entre otras cosas, garantizaba una bajada de impuestos. Pero Rajoy y sus ministros se dieron de bruces con la realidad nada más mudarse a la Moncloa: se encontraron unas cifras de déficit más gruesas de las reconocidas a una Unión Europea descreída de España y con deseos de tomar las riendas del país que acababan de heredar los conservadores de manos socialistas.

La consecuencia: un tijeretazo de urgencia apenas unas semanas después de alcanzar el poder --que abrió un camino angustioso de recortes que ha dejado exhausto al Estado del bienestar-- y que en aquel momento resultó ser el mayor de la historia de España. A eso se sumó una subida de impuestos de enorme cuantía, en contra del programa y del ideario popular, cuyos efectos aún sufren los ciudadanos y que le criticaron y le critican a Rajoy una parte de los suyos, los más ortodoxos, liderados por el expresidente José María Aznar, uno de los más descreídos hoy en día de la gestión de quién él mismo eligió como sucesor.

CONFRONTACION SOCIAL Junto al aumento de la presión fiscal han ido llegando en estos meses, bajo la tesis de todo sea por evitar un rescate, los recortes en sanidad y educación; las congelaciones de sueldo a los funcionarios y de reposición de empleo público; el adelgazamiento de los presupuestos en casi todas las partidas; la mano dura con las administraciones autonómica y la local para imponer el