Tal día como hoy, hace dos años, poco después de las siete de la tarde, cuando todos los medios de comunicación abrían sus ediciones digitales con la muerte del presidente libio Muamar el Gadafi, se tuvo que hacer un buen hueco en las portadas porque ETA anunciaba el "cese definitivo de la violencia" poniendo punto y final a casi medio siglo de lucha armada. Toca hacer balance. Lo poco que queda de la organización fuera de las cárceles no ha conseguido ni uno solo de los propósitos a los que aspiraba cuando, derrotada policialmente, anunció la tregua unilateral, el 9 de enero del 2010. Tampoco ha logrado sentar al Gobierno a negociar, ni ha generado una presión internacional a favor de su causa. Sus 455 presos en España continúan bloqueados sin que haya variado su situación penitenciaria, mientras la banda se resiste a dar un paso, el del desarme, que ya le ha exigido hasta la izquierda aberzale.

El pasado mes de febrero, Noruega expulsó de su territorio a tres dirigentes de ETA: David Pla, Iratxe Sorzábal y el histórico Josu Urrutikoetxea Bengoetxea Josu Ternera . Durante meses, los tres esperaron para iniciar una negociación que la banda prometió a sus presos. Ante la falta de avances y presionados por las autoridades españolas, Oslo les retiró la protección y los etarras tuvieron que regresar a sus escondites.

La respuesta airada de ETA fue un comunicado en el que se advertía de las "consecuencias negativas" que iba a traer para el proceso la negativa al diálogo. En aquel momento saltaron las alarmas y algunos analistas intuyeron una posible vuelta a la lucha armada. Ante el desconcierto provocado, el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, convocó en abril, en su despacho y por separado, a los responsables de la lucha antiterrorista de la Guardia Civil, Policía y el CNI. Tras escucharlos, llegó a la conclusión de que ETA seguía tocada, hundida y sin capacidad de volver a atentar.

Con esta premisa, Rajoy dio luz verde al ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz, para continuar gestionando el final de ETA con mano dura. Así, se ordenó cumplir todos los requerimientos de detenciones pendientes y arrestar a todos los miembros de la banda que se pudiera, incluido el histórico Ternera, que consiguió escapar antes de que la policía entrara en su casa en Francia. Instituciones Penitenciarias dejó morir la llamada vía Nanclares, negando permisos a los disidentes de la banda y prohibiendo nuevos encuentros entre víctimas y etarras arrepentidos. Y todo eso sin variar ni un milímetro la política de dispersión.

ULTIMO COMUNICADO En su último comunicado del mes pasado, ETA insistía en la negociación. En el Gobierno ya ni se molestan en responder a los mensajes de la banda. Repiten un único discuso inamobible: "ETA desaparecerá por las buenas o por las malas. No hay nada que negociar". Fuentes de la lucha antiterrorista reconocen que la banda tiene preparado un acto sim- bólico de entrega de armas y sellado de zulos. Pero se desconoce cuándo será.