Mucho más que en Madrid, mucho más que en Barcelona, y desde luego mucho más que en Euskadi, el epicentro de la política española se encuentra estos días en Galicia. Ha habido jornadas en las que resultaba más probable encontrarse con los máximos dirigentes del PP y el PSOE en algún pueblo o ciudad de la autonomía que en la capital del Estado. Es lógico. Tanto el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, como el líder de los socialistas, Alfredo Pérez Rubalcaba, se juegan hoy parte de su futuro allí. Porque si los conservadores revalidan su mayoría absoluta, el primero quedaría fortalecido ante la Unión Europea y el segundo debilitado ante su partido. Y a la inversa: si los socialistas logran recuperar la Xunta, la autoridad y forma de hacer de su líder saldría reforzada, mientras que el jefe del Ejecutivo ya no podría seguir exhibiendo en Europa que la mayor parte de ciudadanos ("silenciosos", según su expresión) apoyan los recortes.

En Euskadi, mientras tanto, los comicios están marcados por una pregunta. ¿Logrará más escaños el Partido Nacionalista Vasco (PNV) que los sumados por PSE y PP? La respuesta determinará si los peneuvistas, claros favoritos en todas las encuestas, pueden formar un gobierno monocolor en minoría y buscar acuerdos puntuales a varias bandas, como pretenden.

Si populares y socialistas superan a los nacionalistas, entonces el partido de Iñigo Urkullu necesitará un socio que le proporcione estabilidad. Y socialistas y conservadores tienen claro que en primer lugar mirará hacia EH Bildu. Pero el eje nacionalista no es la única clave relevante, ya que la irrupción de la coalición soberanista como segunda fuerza política podría articular acuerdos de izquierdas con el PSE para determinadas cuestiones. Sin olvidar la opción de un pacto entre el PSE y el PNV, por mucho que sus relaciones actuales sean pésimas.

EXHIBIR Y OCULTAR Si la vasca ha sido una campaña inédita (la primera sin ETA), la gallega ha sido extraña. El candidato del PSdeG, Pachi Vázquez, se ha pegado a Rubalcaba. Su liderazgo es débil y su nivel de popularidad bajo. Necesitaba al jefe de la oposición. En cambio, el aspirante del PP, Alberto Núñez Feijóo, ha hecho lo posible para despegarse de Rajoy. Sus mítines conjuntos han sido escasísimos. Cada uno ha ido por su lado. No porque se hayan distanciado (de hecho, Feijóo suena como sucesor, y en eso también influirá el resultado gallego), sino porque el actual presidente de la Xunta, en un estilo muy personalista, exhibiendo su gestión por encima de todo, quería evitar que le salpicasen las subidas de impuestos y las medidas antisociales del Gobierno central. Y en el medio se ha situado el debate catalán, que ya aparece en casi todas las facetas de la política española.

Los líderes del PSOE llevan días quejándose de que la deriva soberanista de Cataluña les perjudica: distrae al electorado de lo que para ellos debería ser el debate fundamental (los recortes) y pone de manifiesto las muy distintas sensibilidades territoriales que existen dentro del partido. Pero al Partido Popular le con-