Silvia Martínez Santiago tenía 6 años cuando, la tarde del 4 de agosto del 2002, mientras estaba con su familia en la casa cuartel de la Guardia Civil de Santa Pola (Alicante), un coche bomba activado presuntamente por Andoni Otegi y Oscar Celarain acabó con su vida. Minutos antes, había ensayado el baile que preparaba para la fiesta de la patrona y había enseñado a su familia cómo montaba en bici. De pronto, "todo se volvió oscuro", explicó ayer su madre, Toñi Santiago, quien no dudó en enfrentarse a los verdugos de su hija. "Me han amputado el alma y el cora- zón", afirmó durante la vista en la Audiencia Nacional.

La madre de la pequeña relató que cuando encontró a su hija estaba cubierta de escombros. "Solo se le veían los ojos", recordó. Y explicó que enseguida supo que Silvia no sobreviviría: "Conforme iba viendo su cuerpo sabía que se moría".

Martínez relató cómo intentó pedir ayuda. Y cómo, tras recibir auxilio de su hermano, comenzó a gritar: "Hijos de puta, hijos de puta". Ayer puso cara a estas palabras. Al pasar junto a los acusados los miró y gritó: "¡Asesinos, cobardes, hijos de puta!". Ni se inmutaron.

Martínez recordó que, en la ambulancia, los médicos le avisaron de que Silvia presentaba una parada cardiorrespiratoria. "Empecé a rezarle y a cantarle al oído hasta que llegamos al hospital. Una vez allí, los médicos me dijeron que no podían hacer nada por la niña y que había fallecido", explicó. Esta madre reclamó ayer "justicia" para que su pequeña sea "la última" y no haya "ningún otro niño asesinado".