Las noticias de cada día no despiertan ninguna confianza sobre la economía española. Dos expresidentes autonómicos del PP --el partido que acaba de ganar las elecciones generales con mayoría absoluta-- están siendo juzgados por casos de corrupción. Y los juicios revelan conductas deshonestas e incluso chuscas. Como que el exsecretario general de los populares valencianos Ricardo Costa, el de los automóviles y los relojes, pedía 100 gramos de caviar (no es mucho) al agente de la trama Gürtel. Y que el exdirector general de empleo de la Junta de Andalucía utilizaba dinero público para comprar cocaína.

Carmen Chacón, oportuna, ha declarado que algo falla cuando un juez que persigue la corrupción se sienta en el banquillo. No soy un fan de Baltasar Garzón, que tuvo siempre patente de corso --y grandes aplausos-- cuando investigaba las cloacas del Estado en la lucha antiterrorista y cuando apuntaba con la X a Felipe González. Pero todo se acabó cuando investigó el caso Gürtel . Sin las pesquisas de Garzón, no nos habríamos enterado de los "amiguitos del alma" de Francisco Camps. Por eso su carrera se ha acabado. Injustamente.

José Luis Rodríguez Zapatero tomó en el último momento las medidas necesarias para evitar que España fuera Grecia --el plan de ajuste de mayo del 2010-- y luego no las supo defender ni explicar. Mariano Rajoy ganó tras decir que Zapatero hizo "el mayor recorte social de la democracia" y luego ha hecho todo lo contrario a lo prometido, empezando por subir impuestos. No se explica y decepciona a parte de sus votantes. Y en Cataluña, Artur Mas se niega a reconocer que no tiene mayoría y que gobierna con una doble muleta: el apoyo del PP en todas las votaciones y mensajes continuos, el último en el Financial Times , de que Cataluña quiere el divorcio de España, ser la Holanda del sur y seguir la senda (aún no se sabe cuál) de Escocia.

Encima parece que Cataluña y la justicia se han olvidado de Félix Millet, que se llevó a casa (y benefició con ellos a algunos políticos) 30 millones de euros, y resulta que hasta Iñaki Urdangarín, el yerno del Rey, practicaba con solvencia los negocios relacionados con el tráfico de influencias con el apoyo de dos "modelos" de políticos del PP, Jaume Matas y Camps (que comparecía ante el juez el mismo día en que Rajoy era investido presidente).

Si sumamos todas esas noticias, las agitamos en una coctelera y reflexionamos un poco, no nos quedará más remedio que pedir hora al psiquiatra de la Seguridad Social. Pero no todo es negativo. La entrega del Toisón de Oro a Nicolas Sarkozy por su colaboración en la lucha contra el terrorismo ha brindado la foto del Rey con Rajoy y tres expresidentes de Gobierno (González, Aznar y Zapatero).

Es una imagen de una amabilidad forzada, concedo que incluso se la puede tachar de falsa. Pero existe. E indica además algunas cosas. Mal y tarde, Zapatero hizo sus deberes respecto a la crisis de la deuda pública. Pronto, pero ocultando la verdad (engañando, si quieren), también lo ha hecho Rajoy. Más mal que bien (y con un peso excesivo de las cúpulas) España tiene dos partidos que, al final, hacen sus deberes. Y los soberanistas catalanes lo permiten (con la abstención en el caso de Zapatero o el voto a favor en el de Rajoy).

España no es Grecia, donde la animosidad total de conservadores y socialistas ha forzado a ceder el Gobierno a un tecnócrata cuyo poder no emana del pueblo. Ni Italia, donde la incapacidad de la centroderecha y la falta de apoyo de la centroizquierda han obligado al presidente de la República --con la complicad de Alemania, Francia y el Banco Central Europeo-- a un golpe parlamentario para poner al frente del Ejecutivo a otro tecnócrata, Mario Monti, para implantar un plan de austeridad que evite la quiebra del Estado.

España no es un país, como Italia o Grecia, donde la falta de funcionamiento efectivo de la democracia haya obligado a llamar a los tecnócratas. Y la profesionalidad del Rey (la foto y el Toisón de Oro son obra suya) da a la democracia española un carácter de continuidad que ni Francia tiene, porque Sarkozy puede quedar derrotado en la primera vuelta (no es lo más probable) si le adelantan François Hollande y Marine Le Pen.

Hay Urdangarín, sí, pero también hay Juan Carlos. No se trata de ensalzar la monarquía o a los partidos dominantes, pero sí de reconocer que, pese a sus imperfecciones, denunciables, el rango de la democracia española no es de los últimos de Europa.