Después de casi 17 años fuera del Elíseo, los socialistas franceses acarician el retorno a la presidencia. A cinco meses de las elecciones, los sondeos dan como ganador al candidato del Partido Socialista (PS), François Hollande, frente a un Nicolas Sarkozy desgastado por la crisis y víctima de su propia estrategia de ocupar todos los frentes.

Para llegar hasta aquí, la fuerza que hoy dirige Martine Aubry ha atravesado varios desiertos. El primero empezó en 1995, tras el reinado de François Mitterrand. Con la desaparición, en 1996, del hombre que supo aglutinar a la izquierda, los socialistas entraron en una fase de luchas intestinas y batallas de egos. Durante los 11 años --de 1997 al 2008-- en que fue primer secretario del PS, Hollande ejerció más de bombero que de lí- der, en busca de "la síntesis" entre las dispares sensibilidades.

Entre tanto, Lionel Jospin ganó las legislativas en 1997 y se convirtió en primer ministro de un Gobierno de cohabitación con el presidente conservador Jacques Chirac. La experiencia, que devolvió la esperanza a la izquierda, acabó en drama. En el 2002, Jospin fue apeado de la carrera presidencial por el ultraderechista Jean Marie Le Pen. Dimitió la noche electoral, dejando al PS hundido y ante un desierto aún más árido. A la división interna se sumó la ruptura de la pareja formada por Hollande y Ségolène Royal. Esta última ganó las primarias en contra del aparato, pero perdió frente a Sarkozy en el 2007.

Ahora Hollande, de 57 años, ha logrado encarnar la renovación siendo un dirigente de la vieja guardia. Pero si los franceses lo ven como posible relevo de Sarkozy no solo se debe a su nueva imagen --10 kilos menos--, sino a la celebración de unas primarias inéditas, abiertas a toda la ciudadanía. Pese a estar lastrado por el descalabro de Dominique Strauss-Kahn, el proceso superó todas las espectativas. Casi tres millones de personas --el PS solo tiene 160.000 militantes-- votaron.

El reto es poner firme al partido y a sus socios ecologistas. Acabar con el talón de aquiles de la cacofonía. Porque, como dice el economista Alain Minc, "Sarkozy no puede ganar, pero la izquierda puede perder".