A la hora de referir su labor de mediación en estos nueve meses de secuestro, nada enorgullece tanto a Mustafa Chafi como las gestiones llevadas a cabo para conseguir la puesta en libertad de Alicia Gámez, que finalmente tuvo lugar el pasado 8 de marzo. Sin embargo, aquella fue una misión especialmente difícil, por cuanto la penosa travesía y los continuos cambios de vehículo llevaron a la cooperante a convencerse de que no estaba siendo liberada, sino todo lo contrario. "Sé que vais a matarme", le repetía una y otra vez al mediador que la conducía hacia Burkina Faso.

Para Chafi fue un momento muy difícil. La liberación de Gámez había sido una apuesta personal suya. "Yo sabía que lo estaba pasando mal, que psicológicamente estaba muy afectada --explica--. Así que viajé solo al bastión y, empleando los argumentos del islam, convencí a Mojtar Belmojtar de que no era bueno tener como rehén a una mujer. No estaba seguro de que la estrategia fuera a dar resultado, pero al final aceptaron", aseguró Chafi

Por orden de Belmojtar, Gámez fue sacada del refugio y trasladada a un punto del desierto en el que la esperaba Chafi. Durante ese primer desplazamiento, relata el mediador, tres vehículos, presumiblemente de bandidos, siguieron durante horas al coche en el que viajaba la rehén. "Alicia pasó mucho miedo, y llegó ya muy nerviosa y cansada". Enseguida empezó a desconfiar de Chafi. Cuando llegó el momento de cruzar el río Níger, la cooperante catalana se negó a subir a la piragua.

Discusión con el chófer

Cuando por fin llegaron al otro lado del río, los esperaba un coche escondido, pero el chófer y el mediador empezaron a discutir sobre el punto al que debían dirigirse, lo que llenó de aprensión a Alicia Gámez.

Después de viajar durante buena parte de la noche, la rehén, que ya llevaba dos días sin dormir, perdió los nervios. "¿Adónde me lleváis? --preguntaba--. Me habéis traído aquí para matarme". Chafi trataba en vano de convencerla de que viajaban hacia la libertad, pero ella solo suplicaba que no la mataran. Estaba tan nerviosa y cansada que llegó incluso a pedir al mediador que tuviera "el coraje" de informar a su familia sobre el lugar exacto en el que pensaba enterrarla.

"En un momento dado, me dijo: ´Tú dices que soy libre, ¿no? Pues entonces, déjame tranquila. Quiero morir libre, en plena naturaleza´. Y cogió un saco y echó a andar. Yo le pedí que parara, pero ella seguía avanzando, así que tuve que gritarle. Ella sintió miedo y dejó de caminar. Le dije: ´Alicia, cuando estés en Barcelona, llámame y vamos un día a un restaurante´. ´No, yo nunca llegaré a Barcelona´, contestó".

Poco después, subieron a un helicóptero. Ni siquiera una conversación telefónica con la embajadora española en Malí acabó con los recelos de Alicia Gámez, que no se creyó verdaderamente que había sido liberada hasta que llegó a Uagadugú, la capital de Burkina Faso, y habló, cara a cara, con los representantes del Gobierno español.