Faltaban unos minutos para que dieran las diez de la mañana cuando Luis Bárcenas se presentó, en coche, a las puertas del Supremo. No sin hacer gala de cierta ingenuidad, debió de pensar que adelantando una hora su llegada --el juez lo citó a las once-- lograría evitar a la prensa, siempre molesta para los que se ven implicados en estos casos. No lo logró. Los fotógrafos y los cámaras llevaban haciendo guardia en los aledaños del alto tribunal desde primera hora de la mañana, así como algunos plumillas.

Todos fueron testigos, y todos quedaron sorprendidos, por la modesta comitiva que acompañaba al tesorero del PP en tan difícil trance: sus abogados, Miguel Bajo y Alfonso Trallero, y un par de representantes del gabinete de comunicación del partido.

Ningún dirigente conservador se dignó a acompañar a Bárcenas hasta al Supremo, pese a que la sede central de los populares se encuentra a un par de minutos andando de esta sede judicial. Tampoco había militantes o adversarios entusiastas gritando consignas de apoyo o reproches. Nada. Y nada comparable al espectáculo que, en las últimas semanas, se ha creado en las puertas del Tribunal Superior de Justicia de la Comunidad Valencia (TSJCV) cuando el que iba a declarar era el presidente autonómico, Francisco Camps. Instantes antes de cruzar la puerta del Supremo, el tribunal de los que gozan de aforo político como este senador, recibió una pregunta. "Señor Bárcenas, ¿está tranquilo?". "Estoy absolutamente tranquilo", respondió. Y pasó, no sin ciertos problemas, por el arco de seguridad.

Tres horas de partida

Comenzó entonces la partida entre Bárcenas, sus letrados, el juez Francisco Monterde y el fiscal Juan Ignacio Campos. Durante casi tres horas, el tesorero de los populares trató de poner sobre la mesa todas sus cartas: alegó que la policía y los magistrados le confunden con otro Luis y aportó abundante documentación que, según su entorno, prueba que él no se ha enriquecido gracias a la trama Gürtel, sino a su dominio de la compraventa de inmuebles y a su buena estrella en la bolsa.

Además, negó conocer a otros imputados que sí dicen conocerle a él y que le acusan de haber aceptado cohechos. Y se dijo inocente y libre de corrupción. Quiso entonces abandonar el tribunal, pero tuvo que pagar el peaje de regalar otra incómoda imagen a los medios que esperaban con ansiedad su salida (hasta gafas volaron por los aires con tanto revuelo) e, incluso, pronunciar algunas palabras ante grabadoras y micrófonos. "Estoy muy contento por haber podido declarar y aportar pruebas que demuestran mi inocencia. Muchas gracias". Se montó en su coche con sus abogados y, cuando consiguió apartar a los periodistas del vehículo, se dirigió directamente al garaje de su sede, esa misma que está a un par de minutos andando desde el Supremo.

Sin dar explicaciones

Bárcenas no estuvo demasiado tiempo allí. Y optó por no hablar ni dar explicaciones de lo ocurrido ni a Mariano Rajoy ni a María Dolores de Cospedal. Respondió con mutismo a la soledad en que le dejaron los suyos. Se fue a casa, seguramente a digerir que su futuro judicial y profesional depende de la carta que se guarde en la manga el juez: si decide investigarle, deberá dimitir.