Zapatero acaba de recomendar a sus seguidores que se tomen "con sentido del humor" el acoso del PP. ¿Cabe también el humor entre las víctimas del 11-M ante las embestidas de los astados de la conspiración? La respuesta es sí, aunque a muchos esto les suene a sacrilegio. ¿Recuerdan a Guido, el personaje de La vida es bella , encarnado por Roberto Benigni? Ante el holocausto nazi, optaba por la fantasía y el humor. Vapuleadas psicológica y físicamente, las víctimas del 11-M también buscan sus zonas de no-infierno, como diría Italo Calvino, sus vías de escape. Y sus risas. Reír es una terapia, compartir risas con el ser perdido. Porque imaginar la risa del que no está es una maravillosa forma de revivir su presencia.

Al hermano de un fallecido en los atentados del 11-M y al hijo de otro les ha dado un ataque de risa en la sala, aunque casi nadie lo ha percibido. La tensión de la indignación y el absurdo les hizo estallar en carcajadas. "Espero que no me viera mi madre por la tele", decía uno de ellos. El detonante han sido las preguntas del abogado Andreas Chalaris, defensor de Aglif el Conejo, que un día se empeñó en saber si una perra fue castigada por no hallar explosivos en la Kangoo y ayer quiso averiguar, desviado ya sin disimulo, si el animal seguía en activo. "Murió", dijo el testigo. "¿Por causas naturales?" indagó Chalaris. "Sí, un infarto".

Rabia e hilaridad

Un infarto estuvo a punto de darles, de tanto partirse el pecho, a las víctimas mencionadas. Risa histérica, si se quiere. Risa como forma de exorcizar el dislate de esos abogados que solo les queda preguntarle a los testigos si vieron a Rubalcaba cargar de explosivos la mochila de Vallecas. Torrente de risa acumulada desde los momentos en los que era imposible reírse, con el dolor aún vivo, cuando ya empezaban a llegar a víctimas no afiliadas cartas de la AVT con propuestas para adoptar un perro o visitar monasterios. Entonces, aquellas misivas provocaban rabia. El tiempo les ha conferido capacidad hilarante. Risa para no volverse locos tomándose en serio esas cosas.

Víctima es una palabra terrible, una etiqueta cada vez más politizada. Una víctima no tiene nada que ver con la versión reduccionista que tiene la opinión pública: un ser permanentemente compungido, inspirador de penas, incapaz de reír, incluso de ironizar.

Hay un herido del 11-M, militar de profesión, que en los últimos años se ha presentado en las reuniones de víctimas con los ministerios correspondientes siempre con la misma pregunta: "¿Qué hay de lo mío?" Lo suyo es la solicitud de ascenso de un grado en la escala militar, nada de reivindicaciones colectivas. Muchas víctimas le pusieron de mote el termómetro. De hecho, llegaron a regalarle uno por su obsesión con los grados. La inauguración del monumento a las víctimas del 11-M no le gustó porque no sonó el himno nacional. De eso también se ríen algunos. Aunque solo sea por no llorar.