Te llamaré papá o presidente?", le preguntó a Rafael Simancas (Kehl, Alemania, 1966) su hijo, de ocho años, cuando supo que su padre iba a ser el nuevo presidente de la Comunidad de Madrid, gracias a sus 47 escaños y a los nueve que pondrá a su disposición Izquierda Unida a cambio de una vicepresidencia y cuatro consejerías.

Antes del 25-M pocos apostaban por él. Difuminado inicialmente en el grupo municipal socialista del Ayuntamiento de Madrid, su batalladora gestión como portavoz en la comisión de Vigilancia y Contratación, y las querellas intestinas en el seno de la Federación Socialista Madrileña, le auparon a la cabecera del cartel del PSOE en los comicios autonómicos del pasado 25-M. También el hecho de que José Luis Rodríguez Zapatero impusiera a Trinidad Jiménez como candidata a la alcaldía de la capital posibilitó que al final el líder del PSOE aceptara la candidatura de un dirigente formado en el guerrismo como Simancas.

SU PADRE ERA SOLDADOR

Hasta última hora del 25-M, la candidata del PP, Esperanza Aguirre, escudriñó entre las urnas las papeletas que le otorgaran el anhelado escaño 56 y, en consecuencia, la mayoría absoluta en la Cámara. Al no obtenerlo (se quedó en 55), los mentores de Simancas se fueron a dormir con la seguridad de que un hijo de la emigración a Alemania de los años 60, cuyo padre trabaja como soldador en la construcción, iba a ser el sustituto de Alberto Ruiz-Gallardón en el despacho presidencial de la Real Casa de Correos, en la Puerta del Sol.

A diferencia de Ruiz-Gallardón (fiscal erudito y aspirante en el PP a sucesor de José María Aznar desde su nuevo puesto de alcalde de Madrid), Simancas es un dirigente de extracción popular que aprendió a leer y escribir en Dortmund, en la entonces República Federal de Alemania, donde recalaron sus padres huyendo de la pobreza de la España franquista del desarrollo.

Quienes le conocen bien, dicen de Simancas que es hombre tenaz, pactista y con gran capacidad para absorber lo mejor de los demás. Necesitará de todas sus virtudes, y de otras más, porque, con sus 37 años, deberá presidir una autonomía que tiene los índices más elevados de trabajadores extranjeros.

Instruido en la liturgia del poder del guerrismo, Simancas ha conseguido limar los afilados colmillos que desangraban la yugular de la conflictiva Federación Socialista Madrileña. Aunque su ascenso a la secretaría general no contó inicialmente con el aval de Zapatero (más de una vez se rebeló en los mítines contra el viejo truco de redoblar los decibelios de la sintonía del PSOE para que diera por acabada su intervención), se ha alineado con destreza entre los preferidos por la actual dirección socialista.

Pero no lo tendrá fácil: en el horizonte se vislumbra una dura oposición del PP, que exprimirá hasta la última gota su futuro pacto "social-comunista" con IU, como lo denominan desde las filas populares. Simancas, sin embargo, está decididamente resuelto a llevar su programa hasta las últimas consecuencias: contención de los "especuladores del suelo", situar al frente de Caja Madrid a un presidente "de talante progresista" (el actual, Miguel Blesa, amigo de Aznar, tiene los días contados) y frenar la expansión de las grandes superficies.

Además, ya ha anunciado que suprimirá el céntimo sanitario : el peaje de un céntimo de euro que pagan los madrileños por cada litro de carburante. Sostiene que sus conciudadanos no han de pagar los platos rotos de unas transferencias sanitarias "que llegaron con déficit". Y como David frente a Goliat, se dispone a renegociar el monto financiero de éstas porque, "aquí, el gasto sanitario por habitante no puede seguir siendo el más bajo de España".