Las expectativas de que el Banco Central Europeo comience a subir los tipos de interés casi de forma inminente, se han disparado. El vicepresidente de la institución, el español Luis de Guindos, admitió el jueves pasado, en unas declaraciones a Bloomberg tras conocerse el IPC de marzo en la eurozona, que los tipos podrían subir en julio o en septiembre.

En realidad, el retorno a la vieja normalidad, el fin del programa de compras de deuda y la vuelta de los tipos oficiales a positivo, estaba cantado hace ya casi dos meses, cuando buena parte de las voces del BCE en sus comparecencias semanales «asumían» que la inflación ha venido para quedarse. De hecho, desde Alemania llevan insistiendo en ello desde otoño pasado. La dimisión de Jens Weidmann como presidente del Bundesbank, el «halcón» por excelencia del consejo de Christine Lagarde, lanzó una señal prematura, pero inequívoca, de que más temprano que tarde, la política monetaria europea debería cambiar.

Porque la inflación y su descontrol es anterior a la invasión de Ucrania. Al igual que la asimetría de la recuperación postpandemia entre Estados Unidos y la eurozona y entre los 19 de la propia eurozona. Los analistas agoreros hablan de otro baño de realidad. ¿Cuántos llevamos ya?