Cada campaña electoral supone, con respecto a la anterior, un avance hacia el encefalograma plano del discurso político. Pareciera como si las candidaturas se resguardasen en el burladero de los tópicos y las simplezas para evitar enfrentarse al toro del compromiso programático concreto. De esta manera, una campaña electoral que debiera ser una oportunidad para la argumentación, la reflexión y la educación cívica, se transmuta en un deleznable rosario de mantras. Veamos algunos.

El candidato o la candidata aseguran campanudamente que ellos van a gobernar para toda la ciudadanía. Esta obviedad --porque la acción de gobierno afecta a todo el mundo-- implica que no se quiere compromiso alguno con el electorado y se prefiere la ocultación de los proyectos y de los beneficiarios de los mismos. Gobernar supone --siempre-- la toma de decisiones que, aunque fueran benéficas para la inmensa mayoría, suponen la existencia de unos damnificados. Recordemos las medidas económicas del bipartito (PSOE y PP) en las últimas décadas.

Nosotros optamos por el bien común y no por los intereses de los partidos políticos y la política. Esta afirmación, hecha con la solemnidad de los grandes anuncios, es muy propia de candidaturas noveles que se han formado al aire de intereses y problemáticas que afectan a ellos y poco más. Se trata del simplismo maniqueo que exige la demonización de los otros para, por contraste, llamar la atención sobre sí mismos. Por definición, los partidos políticos son colectivos que coinciden en las mismas concepciones sobre la vida ciudadana en común y los conflictos sociales que existen. ¿Acaso estas candidaturas apolíticas no concurren a unas elecciones políticas para resolver desde su punto de vista, unos problemas que les afectan?

Lo importante es la gestión y no la política. Esta falacia es propia de quienes, olvidando la Constitución, creen en una única, verdadera y casi revelada política económica: la que denominan, obviando la realidad vivida, de mercado libre concurrencial. La opción entre lo público o lo privado, entre la fiscalidad progresiva o regresiva, es una decisión política que con posterioridad se gestiona. No hay gestión aséptica sino resultante de unos presupuestos políticos e ideológicos previos a la misma. De ser cierto el mantra ¿Por qué no gobiernan los técnicos? ¿Por qué hay elecciones políticas?

La Política es también didáctica y formación. O si no, charlatanería.

* Exalcalde de Córdoba