Desde siempre interpreté mal aquella frase que pronunció Julio César al cruzar el Rubicón: Alea iacta est; la suerte está echada. No, la suerte no está echada, esto no es un juego de dados, de azar. Ahora capto lo que quiso decir César: no hay vuelta atrás. Las decisiones tiene sus consecuencias. Las suyas lo tuvieron, llegó al poder pero su trabajo le costó y, luego, la vida.

Soy bourdieusiano, es decir, incrédulo de la opinión pública y, menos, la publicada a través de encuestas de opinión; más creo que los sondeos performan y hasta malforman. Las experiencias recientes parecen dar la razón al maestro del Bearne. Pero lo que dicen inquietan, es más, están creando un estado de nerviosismo que quizá no sea lo mejor para una democracia sana. Dicen los sondeos que hay mucha gente, casi un cuarto de los electores, que no sabe a quién votar. También dicen los expertos que los debates han cambiando el sino de las elecciones. Tampoco tengo fe en estos debates. En todo caso, tal vez, mejoran la cuenta de resultados de algunas empresas de comunicación.

Los debates se ven como partidos de fútbol pero a cuatro. Cada uno es partidario de su equipo y, como máximo, si el tuyo no está bien, acabas rompiendo el carnet o no yendo más al campo, pero poco más. Nos vendría muy bien un Eduardo Galeano de la política, pero no hay.

Lo observable, sin necesidad de sondeos ni debates, son la crispación y la mentira, huéspedes fijos, de momento, de la fonda electoral. Se observa, además, una tremenda competición en los bloques, que amenaza orgánicamente la propia supervivencia de los líderes si no llegan a cumplir sus expectativas. Incertidumbre, capaz de inquietar a Financial Times y The Economist.

Los resultados de mañana son importantes porque no son los propios de unos comicios cualesquiera que devengan en alternativa o alternancia. Estos auguran la llegada en tromba de la extrema derecha, la vuelta a la casilla de salida que, en esta España reincidente, se sitúa en los tiempos preconstitucionales.

Cómo se ha gobernado

Pero no es una cuestión de dados, de suerte. Lo que pase tiene que ver con el desempeño político de su protagonistas. Tiene que ver con la laxitud de Mariano Rajoy, revelada por el presidente Sánchez, de su pasividad ante José María Aznar y Esperanza Aguirre, padre y madre del auge de esta extrema derecha.

Tiene que ver con cómo se ha gobernado, cómo se ha comportado la oposición, no muy del gusto de Benjamin Disraeli. Tiene que ver con la crispación inoculada, con el pesimismo pasado de dosis, con la perversión de las instituciones, con las cloacas, con la descomposición de la justicia, con los cortejos y blanqueo a los extremistas, con las crisis y golpes orgánicos en los partidos políticos, al compás de los gobiernos secretos y poderes en la oscuridad.

Nos jugamos mucho, no es un simple cambio de gobierno. No, es la pérdida de las libertades, cangrejear a nuestro lado más oscuro. No, no es cuestión de suerte, es cuestión suya, de su voto decisivo.