Las encuestas carecen de credibilidad. Vale. Entonces... ¿por qué en estas vísperas electorales tanta gente pregunta por sondeos de última hora que pudiesen anticipar hacia dónde se mueven los indecisos? Hay muchos nervios. Como nunca, porque esta es una campaña extraña, posmoderna y demenciada. Empezó tensa y rara, y acaba en plena efervescencia del flipe. Las derechas se lanzan dentelladas unas a otras (increíble la agresividad de los de Vox con sus primos hermanos del PP) mientras las izquierdas, en un significativo regate, emigran hacia el buen rollito.

Atribulado Sánchez

Sánchez y los suyos creen que su espacio electoral se extiende hacia un centro que el bloque PP-Cs-Vox ha dejado sin ocupar. En paralelo, Unidas Podemos (muy mosqueadas por el bloqueo de sus mensajes por parte de Whatsapp) dan por seguro que recuperan voto de la izquierda-izquierda. Pero todo eso son presunciones. Nadie quiere suponer que el monstruo ultraderechista salga de su armario y se adueñe de todo el dormitorio, que es, precisamente, lo que ya vocean los trolls de Vox a lo largo y lo ancho de las internet. Que, por cierto, se acaba de descubrir una red de cuentas falsas que tuiteaba mensajes voxistas a granel.

El secretario general socialista debe estar abrumado por lo que se le viene encima si gana las elecciones pero necesita ayuda de otros para ser investido (tal y como anuncian las encuestas). Es evidente que su mensaje de contención, serenidad y diálogo chirría sobre un fondo de creciente polarización. Parece un voluntarioso bombero rodeado por las llamas del mimísimo Averno. Recuperar la senda de los consensos parece imposible. Porque las derechas han dicho tales cosas de él (El Okupa, Falconetti, el traidor, el enemigo de España, el amigo de los etarras, el felón, ZP2, Doctor Cumfraudem...) que resulta muy complicado visualizar algún retorno a la normalidad. Salvo, quizás, si el avance de Vox fuese tan espectacular que Casado y Rivera (sobre todo el primero, que se caería con todo el equipo) debieran resetear su estampida ultraconservadora y volver a la lógica democrática. Pero será difícil. Sobre todo porque, en la acera de enfrente, están los secesionistas catalanes, sobre todo los seguidores de Torra y Puigdemont, dispuestos a boicotear todo intento de razonar, o al menos desinflamar, la cuestión territorial. A Sánchez, muchos de sus detractores (incluyendo compañeros de partido) le consideran un oportunista y un saltimbanqui de la política. Pero tal vez ello sea una virtud, si de gobernar esta España se trata.

El taxista López

En Cs les salió ayer otro grano (aunque la captación del expopular Garrido ha sido un absceso en toda regla) cuando uno de sus cuadros murcianos, candidato a las primarias en la región, presentó denuncia formal por un presunto pucherazo que se habría perpetrado de manera muy similar al de Castilla y León.

En el PP, Casado quiso marcarse un peculiar golpe de efecto, y no me refiero solo a llamar «chaquetero» a Rivera. Anunció que completará la lista a las europeas (tras la defección del expresidente de Madrid) con el padre del opositor venezolano Leopoldo López, de profesión taxista. Será quien lleve a Estrasburgo la voz del Caribe antibolivariano..

Pero la jugada ya ha provocado inmediatas y airadas críticas. Porque el tal Leopoldo López, el que se las tiene tiesas con Maduro, lidera un partido llamado Voluntad Popular, de centroizquierda progresista e integrante (¡junto al PSOE!) de la Internacional Socialista. ¡Aaarrrrggg!