Pablo Iglesias no está ante una campaña sencilla. Con la Constitución en una mano, un enorme estropajo democrático en la otra con el que promete limpiar las cloacas del Estado (las que le han espiado a él como apunta la Audiencia Nacional) y las consecuencias, aún por traducir, de su ruptura con Íñigo Errejón en los bolsillos, viaja rumbo al 28-A. Los que dentro y fuera de su casa política siguen creyendo en el proyecto y no se han desanimado con el culebrón de la interna, ese vocablo con el que los podemistas autodenominaron sus propios líos orgánicos, tienen vértigo, pero dicen confiar en la remontada.

Los sondeos sitúan a los morados en el cuarto puesto del podio electoral, con riesgo de ser superados por Vox, la ultraderecha contra la que encendieron la «alarma antifascista» tras su ruidosa irrupción en Andalucía. Curiosamente, Unidas Podemos silencia esas alarmas en vísperas de las generales. Apenas menciona a Santiago Abascal y los suyos. Solo se hace cuando resulta inevitable y si es para subrayar que urge la movilización de la izquierda para impedir que toquen poder. La conclusión es que los de las tres letras no se harán propaganda gratuita a costa de los de Iglesias.

La estrategia parece clara. No movilizar más al adversario; congraciarse con quienes jamás votarán puño y rosa pero se sienten defraudados por los podemistas y arrancar la pinza de la nariz y devolver a la senda morada a sus electores que sopesan, excepcionalmente, cometer infidelidad y apoyar al PSOE, con tal de castigar a las tres derechas.

Ese es el mapa que sigue el jefe de una tribu política bastante menos copiosa que en las últimas legislativas. Algunas de las confluencias con las que compartían marca se han independizado. O casi. Iglesias busca con ahínco y seriedad (obsérvese que apenas dedica unos segundos a sonreír en mítines y debates) la manera de demostrar que es útil para la izquierda española, e imprescindible, según alega, para forzar a Pedro Sánchez a dibujar un Gobierno y un proyecto sin condicionar por los poderes fácticos. Para aprobar medidas, si el PSOE gana sin mayoría y necesita aliados, que superen las barreras de lo políticamente correcto para instalarse definitivamente en «la justicia social».

Y es que el líder de Unidas Podemos sobrevuela esta campaña a lomos de un dragón que pretende domar a golpe de denuncia pública, el que representa al establishment, que ha demostrado «mandar más que los diputados», recalca. Señala con el dedo acusador a la banca, los consejos de administración de grandes empresas y a los dueños de los medios de comunicación. Todos ellos son lo que antaño Iglesias nominaba como casta, palabra que ya apenas pronuncia y que, si por casualidad aparece, es aprovechada por quienes le afean la supuesta incoherencia de enarbolar esa bandera e instalarse en un llamativo chalet en Galapagar, junto a su familia.

Iglesias intenta obviar ese tipo de reproches. Sabe que le dañan. Trata de esquivar las preguntas sobre el adiós de Errejón y, más aún, el análisis profundo de las causas que llevaron a quien fue su amigo, además de compañero, a abandonarle para unirse a Manuela Carmena. Habla de errores, pero sin explayarse en la autocrítica. Pone empeño en centrar la conversación (se le ha elogiado por ello tras los debates) en lo esencial y no en la brocha gorda; en la otra Constitución, en la de los derechos sociales, en la que se incumple diariamente sin que haya partidos que se rasguen vestiduras. La discusión territorial nunca ha sido rentable electoralmente a los morados, únicos partidarios de un referéndum pactado para Cataluña.

Con este equipaje viaja el candidato hacia las urnas. Anhela llegar a esa pantalla, subido en el dragón, con el número suficiente de escaños para que el batacazo pronosticado por las encuestas puede disimularse con la entrada en un Ejecutivo de preminencia socialista. Él lo va exigir, sin duda, si resulta decisivo para Sánchez.

El presidente avisa de que no tiene ganas de coaliciones. Pero esa puede ser la única fórmula que tenga Iglesias para evitar un game over que precipite el desmoronamiento de Podemos o un cambio urgente de líder. ¿Una mujer? Irene Moreno sabrá por qué lo sugirió en su día.