Desde que existe la civilización se ha dicho que los modales se están perdiendo. Es como si la educación fuera una sustancia que se evapora con el tiempo. Siempre me he preguntado cuánta educación habría en el pasado para que, pese a los años que llevamos perdiéndola, todavía nos quede algo de ella. Debimos empezar, hace muchos siglos, con una gigantesca provisión de buenos modales. Solo así se explica que aún no haya desaparecido del todo pese a su fuga constante.

Me imagino a nuestros antepasados tratándose con tacto y dulzura a todas horas, llamándose de usted hasta para apuñalarse. Miles de millones de toneladas de urbanidad debieron estar presentes al principio de los tiempos.

Esta era mi hipótesis hasta hace solo dos días. Pero ahora las cosas han cambiado de manera radical. Un nuevo paradigma asoma y pone las cosas patas arriba. Si hemos de creer a las nuevas formaciones políticas, los buenos modales son un invento reciente. Rajoy y Sánchez utilizan los malos modos porque hacen las cosas a la antigua usanza. La flecha invierte su dirección y al parecer la galantería aumenta con el paso de los años.

Bueno, tranquilidad; hay que tener la mente abierta y aceptar que las cosas no son tal vez como siempre hemos pensando. Demos la vuelta a nuestro razonamiento para que cuadre con el postulado de los nuevos candidatos.

En el pasado, por tanto, no existía el civismo. La gente acudía a los restaurantes eructando y llamando hijo de perra al camarero. Este solía servirte la sopa mientras se acordaba de todos tus muertos y llamaba "cerdos malolientes" a tus hijos. La cuenta la pagabas o no, dependiendo del día que tuvieras, y casi siempre terminaba la fiesta a puñetazos, cuando no a disparos de trabuco.

Pasados unos años, como los buenos modales aumentaron, se suprimió el insulto inicial al camarero así como el escarnio a los hijos del cliente, pero de todas formas la situación seguía siendo bastante tensa. Todo fue evolucionando para bien, poco a poco, hasta el 2015, cuando por fin conseguimos eliminar buena parte de la mala educación, quedando resquicios, como llamar "indecente" a un presidente, o "ruin y mezquino" a un candidato.

Pero incluso estos pequeños flecos de mal rollo terminaron siendo suprimidos gracias a unos nuevos políticos cargados de bondad, educación y ternura. El lunes, 14 de diciembre, alrededor de las once de la noche, se instaló en nuestras vidas la moderna urbanidad. Tuvimos que soportar siglos de insultos hasta conseguir la bondadosa dulzura de un Iglesias o un Rivera . ¿Cómo pudimos estar sin ellos? Nunca me creí del todo la descripción inicial que les hice en este artículo, aquella que daba por supuesta una disminución gradual de la elegancia. Pero si quieren que les diga la verdad, tampoco me creo esta última, la que hace referencia a su aparición milagrosa y repentina. Tal vez todo sea mucho más sencillo, y las formas educadas no dependan tanto del paso del tiempo como del temperamento de los individuos. Es una hipótesis pedestre, lo sé, pero a veces las explicaciones sencillas resultan ser más razonables. Hay viejos políticos maleducados y zafios, pero otros son magníficos y tratan a los demás con mucho tacto. Y entre los nuevos, algunos son educadísimos, pero también están los que astutamente disimulan, los que ahora dan lecciones de civismo cuando hace muy poquito llamaban "tonto" y "subnormal" a Antonio Miguel Carmona .

Todo está más mezclado de lo que suponemos. La separación entre vieja y nueva política es más imprecisa de lo que quieren hacernos creer los que utilizan esquemas cuadriculados.