Para tener una perspectiva acertada de lo que ocurrió en el cara a cara del lunes, hemos de retroceder algo en el tiempo. No hasta la época de Zapatero , hace solo cuatro años, ni siquiera hasta los tiempos de Aznar . La cosa viene de mucho más atrás. Aproximadamente, unos 10.000 millones de años.

En aquella época, nuestro planeta todavía no se había formado. Aún no existía este precioso sol que nos alumbra, ni los planetas, ni Bárcenas , ni Granados , ni Chaves , ni Griñán . Podrían no haber existido jamás de no ser por una estrella lejana que se estaba muriendo de vieja.

Cuando era joven, en sus años de esplendor, lucía magníficamente en algún lugar de la galaxia. Hubiera sido un espectáculo verla brillar. En su interior, los átomos de hidrógeno se convertían en helio gracias a la fusión nuclear. Su altísima temperatura, unida a la presión gravitatoria, consiguió generar elementos más pesados, como el oxígeno, el hierro, el calcio o el fósforo. Pero nada dura eternamente y a la pobre estrella se le acabó el combustible. Murió de anciana, como mueren todas, y al hacerlo explotó convertida en una supernova.

Su muerte fue algo estupendo para nosotros. El fósforo, el hierro, el calcio y otros elementos que formó durante su vida fueron lanzados al espacio a toda velocidad. Pasaron miles de millones de años y toda esa materia empezó a girar hasta que, lentamente, se formó nuestro dorado sol, los planetas, las montañas, las nubes, los árboles, Bárcenas, Rodrigo Rato , Chaves, Griñán, las faldas de las chicas, Pedro Sánchez y Mariano Rajoy .

Pensemos en estos dos últimos. ¿De qué están hechos? Si consultamos un manual de biología, vemos que el cuerpo de estos señores está formado por huesos que contienen calcio, sangre que contiene hierro y mucha agua formada por hidrógeno y oxígeno. ¿Les suenan de algo estos elementos? Efectivamente, estos dos caballeros que no se entienden están hechos de materia creada en el interior de una estrella que falleció hace miles de millones de años. Visto desde una perspectiva cósmica, sus cabezonerías resultan aterradoramente ridículas. Trocitos de estrellas difuntas sentadas en una mesa de debate, mirándose con recelo y seguros de poseer la verdad fundamental acerca del universo.

En La Sexta, el comportamiento de esos pedazos de estrella muerta eran examinados por otros fragmentos de estrella muerta. Y en cada una de nuestras casas, más grupos de difunto material estelar analizábamos la conducta de fragmentos que, a su vez, analizaban otros fragmentos.

¿Les parece mi artículo muy apartado de la realidad? ¿Les da la impresión de que he escrito algo que no tiene nada que ver con lo ocurrido en el cara a cara? Entiendo su extrañeza, pero les aseguro que esta descripción de lo sucedido en el debate contiene más verdades que las que se dijeron en él. Estamos poco educados en lo que suele llamarse "espíritu científico". Esa carencia provoca que tengamos tendencia a aceptar argumentos de unos y de otros, así como los aparentemente objetivos análisis posteriores que se hacen de los mismos. Eché en falta el lunes método científico, ese sistema implacable que separa lo verdadero de lo falso y que puede aplicarse no solo a las estrellas lejanas, sino a los políticos viejos, a los nuevos, a los novísimos y a los aparentemente imparciales periodistas. Como no vi nada de eso, he querido compensarlo hoy aquí, tal vez exageradamente. Pero no importa exagerar, porque la ciencia es tan magnífica que mucha de ella resulta siempre poca.