Quienes esperaban un cara a cara que viniese a ser como una especie de pressing catch político con golpes tremebundos, ruidosas caídas y otros efectos especiales, tal vez quedaran ligeramente desconcertados ante el largo y nervioso debate en el que José Luis Rodríguez Zapatero y Mariano Rajoy ventilaron las mismas diferencias de siempre mediante un forcejeo espeso y agotador. Quienes pensaban que el match tendría un ganador y un perdedor claros tampoco pudieron presenciar el KO inapelable que ansiaban. Acabado el encuentro, cada espectador pudo adjudicar la victoria a su candidato... a los puntos, se entiende. En cuanto a los indecisos, sería raro que hubieran visto la luz de repente, porque ayer nada rompió la rutina de estos últimos cuatro años.

Las primeras encuestas dieron como vencedor neto a Zapatero. Era lo que habían anticipado la mayoría de los entendidos en este tipo de duelos electorales. Sin embargo, para un observador minucioso quedó claro que el actual presidente del Gobierno no estuvo redondo en algunos momentos y Rajoy mantuvo mayor control del debate. El desenlace final no fue claro ni determinante. Yéndonos al habitual símil con un combate de boxeo, podríamos decir que el candidato socialista intentaba hacer una pelea limpita y lo más inocua posible tirando jabs , manteniendo la distancia, golpeando en el momento favorable y, de inmediato, paso atrás. El conservador iba a intercambiar golpes, buscaba el cuerpo a cuerpo, pretendía demoler al adversario paulatina pero constantemente. Finalmente pasó lo de siempre: a Rajoy le patinó una y otra vez su contradictorio y catastrófico argumentario derechista, pero Zapatero no tuvo capacidad de síntesis ni habilidad suficiente para aprovecharse de ello y entrar a por el golpe definitivo; ni siquiera cuando Rajoy se equivocaba al dar los datos, o cuando el conservador estuvo contra las cuerdas tras la alusión del socialista a la regularización (bajo Gobierno del PP) de inmigrantes mediante un simple bonobús.

Hoy ambas partes se esforzarán por difundir su presunto triunfo. Y habrá análisis del cara a cara sutiles y rebuscados para fijar los momentos clave de una discusión que en más de una ocasión pareció una especie de debate sobre el estado de la nación, eso sí: con réplicas y contrarréplicas mucho más breves.

Ambos protagonistas se manejaron con disciplina y se mantuvieron ceñidos a un formato que por lo demás admitía pocas alegrías e improvisaciones. Técnicamente todo se desarrolló de forma satisfactoria. La Academia de la Televisión y su presidente, Manuel Campo Vidal, se han apuntado un buen tanto.

Cuestiones de estrategia

Probablemente, el desarrollo de este primer cara a cara de la campaña satisfará a quienes lo programaron y a quienes han estado trabajando en la preparación de los candidatos. Ni Zapatero ni Rajoy querían ayer correr demasiados riesgos. Preferían (sobre todo el líder socialista) no cometer errores graves y dar una imagen suficientemente equilibrada. La antipatía que se profesan mutuamente fue suficiente para mantenerlos en tensión. Frente a frente, se notaba que siguen sin tragarse el uno al otro.

Poco interés o novedad en los respectivos análisis. Tampoco en las intervenciones que cerraban el debate (resumen y llamamiento al voto) se permitieron los candidatos alguna novedad o algún cambio de ritmo. Ha llegado a decirse que, en realidad, a ninguno de los contendientes le interesaba ganar de forma abrumadora, porque ello podía movilizar en exceso al electorado contrario. Tal vez deban reservarse para el segundo asalto, que será, de acuerdo con la opinión de los expertos, el verdaderamente concluyente, el que (se supone) dejará la campaña electoral lista para sentencia.

Al PP se le resiste el éxito en los debates públicos. Le ha venido ocurriendo en el Parlamento y ahora, en la televisión. En consecuencia, los del PSOE están encantados de tener la ocasión de debatir ante las cámaras y los micrófonos. Imaginan otros enfrentamientos capaces de mantener muy alto el voltaje de la campaña. La propuesta de organizar un duelo entre María Teresa Fernández de la Vega y Angel Acebes todavía está en el aire (aunque el PP no ha mostrado el menor interés). A quien suscribe le entusiasmaría un cara a cara entre Eduardo Zaplana... y Alfonso Guerra, por poner un caso. Estos dos sí que darían juego (y si Guerra no quería, por aquello del mal fario o lo que fuese, todavía podría sustituirle con bastante propiedad el actual ministro de Justicia, Mariano Fernández Bermejo, que también tiene buen pico y no poca mala leche).

Campaña entre paréntesis

Hoy, la vida sigue. Zapatero tiene previsto ir a las Baleares a dar un toque. Rajoy estará en el País Vasco. Pero ayer la campaña quedó en suspenso, lo que demuestra la fuerte naturaleza del bipartidismo, guste o no guste. Hubo como una especie de apagón general durante toda la jornada. No tanto como para que antes de las diez de la noche no se sucedieran algunas noticias de interés. El apoyo explícito del gran Vargas Llosa a la UPD de Rosa Díez y Fernando Savater, por ejemplo. La salida del madrileño Pedro Zerolo, concejal socialista y activista gay: "Si gana el PP, me dejan hasta sin marido". O también la de su compañera de partido, la vicepresidenta del Gobierno, María Teresa Fernández de la Vega, quien por la mañana dejó caer la posibilidad de que el PSOE gane "por mayoría absoluta".

Pero además Pedro Solbes, aprovechando que por la mañana todavía era el hombre (debatidor) del momento, se dejó caer con una propuesta de su partido para aliviarle al personal la hipoteca permitiendo alargar su amortización... sin coste alguno para el deudor. O sea, que si tienes un crédito a 20 años y las cuotas te ahogan, lo estiras a 30 años y así pagas menos al mes. ¿Y los que ya cargan sobre las espaldas uno de esos hipotecones a 40 años? El caso es que, sabido el tema, el Partido Popular puso a parir la iniciativa. Y sin embargo la asociación de la banca privada española salió con idéntica celeridad a mostrarle su entusiasta apoyo. Josep Antoni Durán Lleida (CiU) la celebró como muy buena idea, aunque llega tarde, según él, y además queda vinculada a la victoria electoral de los socialistas. Bueno... si todos los partidos políticos están por la labor, podrá llevarse a cabo gane quien gane, ¿no? Lo que nadie sabe a ciencia cierta es si los debates ante las cámaras van a ser tan decisivos como se ha venido afirmando. Es cierto que su impacto mediático se ha revelado extraordinario, pero es dudoso que sus efectos sean absolutamente determinantes. No faltan las voces que consideran estos cara a cara, tan premeditados y planificados, una especie de reality show en el que los ensayos previos impiden la sinceridad, y donde cualquier contingencia (un lapso, un gesto antitelegénico o un momento de distracción) puede echar por tierra un programa bien trabado o una legislatura bien llevada.

Fuera de foco Pero ya estamos todos pendientes del próximo cara a cara entre Zapatero y Rajoy, el del día 3. Se supone que en ese momento la campaña alcanzará su clímax, para desesperación de los partidos minoritarios (sobre todo de la Izquierda Unida que lidera, más o menos, Gaspar Llamazares). Porque los están dejando fuera de foco. Las autonómicas hacen lo que pueden por darles alguna satisfacción. Pero, claro, no es lo mismo.