Los que conocen a Mariano Rajoy tienen dudas sobre lo que hará en el debate de hoy, pero no sobre lo que le apetecerá hacer después, pase lo que pase: fumarse un puro. El dato encierra algo más que una adicción --un "placer colosal", que diría el candidato popular--. Es una metáfora de la imagen de "hombre tranquilo" que él dice ver en el espejo y que, cámaras mediante, pretende hacer llegar esta noche a los testigos de su duelo dialéctico con José Luis Rodríguez Zapatero, empeñado en presentarle como un "crispador de la derecha".

Rajoy se ha preparado para lo peor o, al menos, eso afirman los que le rodean: además de en la corbata (llevará la burdeos que ya lució en Tengo una pregunta para usted ), ha pensado en cómo dejar en evidencia las supuestas "mentiras" de Zapatero y, si fuera menester, dar respuestas sobre Irak, el 11-M o el recurso a la ley del matrimonio homosexual. "¿Y qué valor tendrá el debate?". Rajoy lo tiene claro: "Solo servirá para reforzar posturas. Salvo en caso de debacle, claro....".

Los asesores del líder no dicen lo mismo. Consideran que, en este contexto de "empate técnico", toca dejarse el alma incluso por un solo voto. Y Rajoy, aunque trate de disimularlo en público, también: No en vano confesó que una de las espinitas que le quedaron clavadas de la campaña electoral del 2004 fue haberse negado a hacer un cara a cara televisivo.

Seguramente esa espinita le ha llevado a aceptar un formato de debate que, en principio, parece más favorable a los socialistas. Es más: Rajoy cree que tanto él como su adversario estarán "encorsetados" por las condiciones, con poco margen para la improvisación.

El caso es que Rajoy, que como Zapatero, se ha negado a ensayar con espárrins, ha leído cientos de fichas preparadas por un equipo formado por Pío García-Escudero, varios secretarios ejecutivos, José María Michavila, Cayetana Alvarez de Toledo y los asesores Pedro Arriola y Antonio Solá. Ha visto vídeos de los debates entre Nicolas Sarkozy y Ségolène Royal en Francia y George W. Bush y John Kerry en EEUU. Y se ha marcado un objetivo: convencer de que él sería mejor presidente que Zapatero, aunque le gane "en telegenia".